Cuando entré en el ascensor, mi prisa por bajar a urgencias
no me dejó ver la escena con la amplitud de miras que merecía.
La celadora acomodó la camilla sobre la que iba una anciana
que bajaba a quirófano para ser intervenida, así me hizo un hueco en el reducido
espacio.
Éramos cuatro personas en apenas 8 metros cuadrados. El
marido apoyado en su bastón reposaba su mano sobre la de su mujer y en sus ojos
se veía la humedad que antecede a las lágrimas, algo distintas en la gente
mayor que en el resto de los mortales. No me preguntéis en qué, sólo sé que son
distintas. El tiempo debe transformarlas de alguna forma.
La paciente hiperventilaba pero no por un problema
respiratorio. El miedo y la incertidumbre se expresan así, con aire veloz y
miradas que migran hacia todos lados pero sobre todo a su mano y a la de su
marido que, unidas, se sostienen en este viaje hacia lo incierto.
La celadora sonríe y con su sonrisa denota la experiencia de
muchos años empujando itinerarios hacia el borde del precipicio. También me
mira a mí y vuelve a sonreír. Ella también es consciente de la maravilla que se
despliega ante nosotros, dos espectadores sorprendidos ante lo sublime del ser
humano, ante el Amor cocinado a fuego lento, ante el tiempo compartido que
aquilata los lazos, cuando éstos son o se hacen verdaderos.

La paciente aprieta la mano de mi compañera y emocionada mira
de nuevo a su marido.
Yo sólo miro y me pregunto cuál es el motor que mueve el
mundo. Me pregunto si mi compañera es consciente de la inmensidad de su gesto,
si es consciente de que sostiene con una sola mano los dos universos que se
despliegan ante ella y de camino, el mío propio.
Cuántos gestos así no pasarán de largo en mi día a día?
En ese momento siento que vivir es también estar atento a las
señales que hablan de una profunda bondad, de una compasión y una capacidad de
amar innatas en todos los hombres y mujeres de este mundo. Vivir es que lo
importante, lo verdaderamente importante no pase de largo, oculto bajo el
disfraz de la rutina y de lo cotidiano, que no por serlo, deja de ser sencilla
y humildemente maravilloso e inmenso.
Me siento un alumno en una clase de 8 metros cuadrados y mis
maestros no son conscientes del espacio que abren dentro de mí.
Salgo del ascensor por una de las puertas, ellos salen por la
otra, pero antes, todos hemos cruzado una rápida mirada unos con otros. Todo
está dicho. En medio minuto de viaje, el sentido de la vida, de la propia
misión vital y del lugar más sólido del ser humano ha pasado ante nuestros
ojos.
Empuja la camilla hacia las puertas que se abren y con ella,
la celadora, no sé si sin saberlo, empuja y sostiene el mundo.
14 de enero de 2020.
2 comentarios:
Sencillamente, maravilloso
Maravilloso... como la mayoría de las cosas sencillas.
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