Sabemos que la comunicación con el paciente oncológico en fase terminal y con su familia no es fácil, hemos hablado de ello en otras ocasiones. La primera visita te puede dar una idea de por dónde irán los pasos del baile, si sabrás seguirlos, visualizas los obstáculos que te harán tropezar, planeas la forma de esquivarlos para no perderte entre los bailarines,... En las siguientes visitas inventas nuevos pasos e intentas seguir el ritmo.
La primera visita que hicimos a J. fue junto a su médico. Su familia mantenía un pacto de silencio que respetamos. La comunicación fue franca, hablamos de su enfermedad un poco por encima, apenas preguntó y, aunque nos mostró su inseguridad y desconocimiento acerca de lo que le estaba ocurriendo, en ningún momento quiso profundizar más. Su médica de familia, con la que hemos hablado en varias ocasiones, nos dijo que era un hombre solitario y poco hablador y que pocas veces le había visto hablar tanto y con tanta confianza, por eso nos animó a intentar hablar con él en posteriores visitas, con la intención de que él supiera (si expresaba que quería saber). La comunicación se fue afianzando con él y con su familia y, aunque no se rompió del todo el pacto de silencio, la comunicación entre todos era mucho más fluida y sincera.
Pero hoy, de repente, el baile se ha detenido. No porque el paciente haya fallecido ni porque su familia haya decidido otra cosa... Simplemente J., nuestro paciente, ha dejado de hablarnos. Su cuerpo parecía más cansado que de costumbre, su rostro esquivo, sus ojos nos observaban con disimulo intentando engañarnos mientras se hacía el dormido. Apenas nos ha saludado y, aunque sus síntomas están controlados de momento, él “no estaba”.
A pesar de no haber verbalizado nunca sus temores ni la razón de los mismos, creo que hoy los tenía todos con él en la cama, encaramados a su almohada.
La primera visita que hicimos a J. fue junto a su médico. Su familia mantenía un pacto de silencio que respetamos. La comunicación fue franca, hablamos de su enfermedad un poco por encima, apenas preguntó y, aunque nos mostró su inseguridad y desconocimiento acerca de lo que le estaba ocurriendo, en ningún momento quiso profundizar más. Su médica de familia, con la que hemos hablado en varias ocasiones, nos dijo que era un hombre solitario y poco hablador y que pocas veces le había visto hablar tanto y con tanta confianza, por eso nos animó a intentar hablar con él en posteriores visitas, con la intención de que él supiera (si expresaba que quería saber). La comunicación se fue afianzando con él y con su familia y, aunque no se rompió del todo el pacto de silencio, la comunicación entre todos era mucho más fluida y sincera.
Pero hoy, de repente, el baile se ha detenido. No porque el paciente haya fallecido ni porque su familia haya decidido otra cosa... Simplemente J., nuestro paciente, ha dejado de hablarnos. Su cuerpo parecía más cansado que de costumbre, su rostro esquivo, sus ojos nos observaban con disimulo intentando engañarnos mientras se hacía el dormido. Apenas nos ha saludado y, aunque sus síntomas están controlados de momento, él “no estaba”.
A pesar de no haber verbalizado nunca sus temores ni la razón de los mismos, creo que hoy los tenía todos con él en la cama, encaramados a su almohada.
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