Está como ausente. La pena le persigue, le asedia.
Los ojos, nunca me había fijado tanto en sus ojos, destacan en
medio de su cara tan angulosa desde hace unos días. La mirada inmensa, inquisidora, incrédula. El
gesto torcido de su boca, entre desolado y preocupado. Las manos entrelazadas, moviéndose nerviosas mientras descansan
sobre sus delgadas piernas. Atenta a cualquier gesto, a la palabra dicha en voz
baja, a la mirada esquiva.
A duras penas consigo que sonría (hoy durante un momento eterno se ha
reído a carcajadas, se me van a soltar los puntos, decía…), y que piense en lo
que aún queda por vivir y, sobretodo, que hay que luchar para que tooodo
ese tiempo sea largo y de la mejor calidad, de lujo.
Mi madre, como buena demente, tiene una gran intuición y un instinto
casi animal. Parece que está en otras cosas, en la nada y, de repente, le coge
las manos, la acaricia y se echa a llorar, suave y sentidamente. Al poco rato la
suelta, mira el reloj y dice que son casi menos diez y que tiene que irse porque
la esperan.
Alma
3 comentarios:
Querida Violeta: todo lo que pueda decirte en momentos así refleja muy poco. Deseo que tengas un hombro para llorar si lo necesitas, y aunque sea de palabras, te dejo un abrazo cálido porque en este mundo también se quiere y yo te aprecio sinceramente y deseo que pronto empiece a salir el sol en tu familia.
Gracias Alondra, de corazón.
Precioso...me quedo sin palabras y con lágrimas en los ojos
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