Desde hace tiempo tengo la idea de que los humanos somos muy “ceporros”.
Nos marcamos grandes objetivos, grandes metas a largo o imposible plazo que
algunos creen que les hacen grandes personas (¿?), buscando a menudo la admiración de
los demás. Y así, descuidando el día a día, lo esencial para seguir hacia el horizonte, hacia lo grande,...
nos olvidamos del paso a paso. No sabemos ver, miramos pensando en cualquier otra cosa, sin
centrarnos en lo que viene a ser la vida, el hoy, … o sea, todo lo que va
construyendo ese mañana que anhelamos más que nada, relegando el ahora. Pero si
no construimos el hoy, no habrá mañana. Parece una perogrullada, pero es verdad.
También sigo pensando que el resto de los seres vivos son más
inteligentes, a nivel emocional, que nosotros. Saben, intuyen, ven, disfrutan, utilizan todos los sentidos, no
se lamentan continuamente por algo que no tiene remedio y continúan creando,
buscando otros caminos y amando a pesar de todo. Cada día es cada día, cada oportunidad
es un tren al que suben sin miedo, utilizan la cautela y la intrepidez, el
esfuerzo,… lo hacen mucho mejor que nosotros, conocen bien el arte de lo que es
vivir el hoy y el ahora, a tope.
A propósito de esto, leí el otro día un artículo de Susana
Tamaro que describe perfectamente esta situación nuestra, tan penosa.
Las Ballenas y la
Zanahoria
Entre las muchas
carencias espirituales que padecemos hoy en día, está esa imposibilidad de
saber leer, en la naturaleza que tenemos en torno, una extraordinaria dádiva de
gracia que se manifiesta merced a la gratitud de su propia belleza.
Abrumados como estamos
ante el impresionante poder de todo lo que está vivo y escapa a nuestro ámbito
y a nuestra comprensión, hemos decidido reducir incluso la creación a una
ideología rígida. Todos nosotros queremos salvar el planeta (una actitud más
que justa), pero en el fondo no sabemos realmente por qué debemos hacerlo.
Me viene a la cabeza,
en estos momentos, cierta visita que recibí de una periodista que se encontraba
muy involucrada en cuestiones ecologistas. Cuando le enseñé el jardín de mi
casa, apenas dejó sin pisotear ninguna de las plantas que en aquel momento
estaban naciendo tímidamente. Continuaba hablando con furor y, cuando le
advertí: “Cuidado con mis zanahorias!”, ni siquiera bajó la vista ni, por
supuesto, se le ocurrió levantar el pie. Con la mirada fija en el horizonte,
continuó hablándome, impertérrita, sobre las grandes amenazas que penden sobre
las ballenas. ¡Defendía las ballenas al mismo tiempo que aplastaba las
zanahorias!
Cuántas veces, absortos
en una idea fija, somos incapaces de percibir la realidad que tenemos delante
de nuestras narices. La realidad está reclamando nuestra atención de manera
constante. Sin embargo, no alcanzamos a escuchar su voz, siempre débil y
humilde. Tenemos tantas cosas que hacer que no nos podemos permitir el lujo de
perder el tiempo.
Y, sin embargo,… no es
acaso el hecho de prestar atención a todo lo que vive, a todo lo que crece a
nuestro alrededor, como si fuéramos una madre ansiosa por prestarle cuidados,
lo que podría ser la cura de todos nuestros males?
Susana Tamaro
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