Una historia sobre la familia y sobre la relación entre una posesiva e histérica madre (Aurora) y su hija (Emma). En la última media hora de la trama es cuando la enfermedad irrumpe en la vida de las protagonistas (antes ya lo habían hecho los hijos-nietos, los altibajos en las relaciones matrimoniales, la soledad, las infidelidades conyugales, los problemas económicos, el miedo al compromiso...): a Emma le detectan un bulto en la axila que rápidamente le lleva a la muerte.
Me llama la atención la manera en la que se dan este tipo de noticias en los Estados Unidos. A Emma la han ingresado para hacerle la preceptiva biopsia. Está sola en la habitación. Entra su médico, se sienta en la cama y le dice que las células son malignas. Unas semanas más tarde, después de haberle aplicado el tratamiento correspondiente, Emma vuelve a ingresar porque no se encuentra bien. De nuevo está sola en la habitación. De nuevo entra otro médico, el cual le informa de que el tratamiento no ha dado ningún resultado y que el cáncer prosigue su avance. Este facultativo no es el médico habitual de Emma, así que se queda de pie. Después de comunicarle tan malos resultados permanece en la misma postura, baja los brazos que antes sostenían la historia clínica y dirige su empática mirada a la cara de la paciente, esperando su respuesta: “entiendo perfectamente lo que me está queriendo decir doctor..., ahora me gustaría quedarme sola..., tengo que arreglar muchas cosas y me gustaría pensar en ello...”.
No voy a entrar en si es mejor estar solo o acompañado cuando se va a comunicar una información que puede cambiar de manera importante la vida de una persona. Creo que no hay una respuesta única. Es más, pienso incluso que esa respuesta puede ir cambiando a lo largo de nuestra existencia: lo que ahora entendemos como acertado, tal vez dentro de unos años no nos parezca tan adecuado.
El trocito de hoy, es de otra escena de la película...
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