¿Cómo habrá sido la experiencia de la enfermedad para W.
Utermohlen durante estos cinco años? ¿Podemos imaginarla a través de sus
autorretratos? Según el testimonio de su mujer y cuidadora (e historiadora del
arte) y del análisis que otros críticos y especialistas han formulado sobre su
obra, es casi seguro, como diría Laín Entralgo, que William sintió amenazada su
integridad física y psicológica, amenazada por la soledad, la incomunicación,
la invalidez, la pérdida de su yo y la proximidad de la nada.
En el primer autorretrato de 1996 se puede observar una
mirada dura, posiblemente enojada, indignada. Un hombre que ve cómo su mundo se
contrae, se hace más pequeño, se limita, se reduce y nos mira e interroga desde
detrás de los barrotes de esa cárcel, que es la enfermedad de Alzheimer. La
mirada de William tiene todavía fuerza, aunque también se aprecia desasosiego y
posiblemente miedo. Miedo que acompaña siempre a la enfermedad, y sobre el que,
a buen seguro, como sobre otras emociones, nunca jamás le preguntaron. Miedo,
que es hermano del sufrimiento y la desesperación.
En 1997, su rostro refleja una mirada perdida, extraviada,
perpleja, extrañada. Incapaz de encontrarse a sí mismo dentro de sí mismo, su
vida es un encuentro constante con lo desconocido, donde no puede expresar la
naturaleza de su terrible experiencia. Si comparamos este autorretrato con el
del año anterior, se puede apreciar que su rostro ha perdido vigor. En la
medida en que los rasgos van suavizándose y la mirada perdiendo vivacidad,
William va invisibilizándose y con él se pierden sus deseos, necesidades y
expectativas.
Casi tres años después del diagnóstico, en 1998, su pintura
no es tan refinada y precisa, aunque a pesar de eso el cuadro transmite
intensamente la tristeza, ansiedad, resignación y debilidad que emanan de su
rostro. Sin embargo, en los dos últimos autorretratos (1999 y 2000), hechos
casi cinco años después del diagnóstico, los rostros aparecen casi borrados, demolidos,
desestructurados. Como decía su esposa, “es como si William hubiera asimilado
su destino en su pintura: subsistir mientras desaparece”.
Como sucede en los cuadros de W. Utermohlen, la enfermedad de
Alzheimer decolora y desfigura a la persona que la padece. Éste es su proceso.
La deshace, en la medida en que su cerebro va muriendo, la fragmenta y
destroza.
El caso de William y Pat puede servir para comprender mejor
esta enfermedad, así como entender el sufrimiento de las personas que lo
padecen y de sus cuidadores. Mientras que la atención e investigación trabajan
en silencio, para mejorar la vida de los que la sufren e intentar detener el
avance de la enfermedad y si es posible su curación, es necesario que la
sociedad sea consciente de las necesidades de estas personas y se solidarice
con ellas.
Dejando de lado, como decía Albert Jovell, la “soberbia del
sano”, debemos cortar los barrotes que encierran la figura de W. Utermohlen en
el cuadro que pinta en 1996. Esos barrotes verdes que encierran a William en su
enfermedad, significan tanto las
barreras que la enfermedad conlleva como las que la sociedad y sus ciudadanos
ponemos a las personas que sufren demencia y a sus cuidadores. W. Utermohlen
es, además de todo lo anterior, un notable testimonio de la capacidad humana y
creativa que tienen las personas que sufren demencia.
De un artículo de Javier Yanguas, director de I+D de la Fundación
INGEMA-Instituto Gerontológico Matía.
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