Desde aquí arriba, la mirada
se pierde en el horizonte. Puedo ver cómo la naturaleza fluye a mi alrededor,
cómo el sol se refleja sobre la superficie salada de la laguna, desprendiendo
miles de destellos plateados. Todo es quietud, la naturaleza no sabe de prisas.
Desde aquí arriba, puedo
vislumbrar mi vida. Pasado, presente y futuro, este ayer incierto y el hoy mucho
más cierto.
Puedo observar mi cuerpo,
antes joven y terso. Otrora maduro. Ver todas aquellas huellas que el paso del
tiempo ha ido dejando y que conforman mi historia.
Puedo sentir cómo por mis
venas corre la quimio, junto con la fiebre, las náuseas, los dolores y los
desesperos.
Ahí abajo puedo ver cómo
transcurre la vida. Cómo mis hijos juegan felices, sonrientes, completamente
ajenos al desasosiego que me inunda.
Sus risas se confunden con el
murmullo del viento, con los cantos de las aves que sobrevuelan la
laguna. Junto con ellos la brisa arrastra hasta aquí, aromas de tierra y pinos.
El olor del campo.
Desde aquí arriba la vida se
me antoja corta, dura e intensa. Se me presenta de múltiples colores, olores y
sabores por descubrir.
Momentos cortos o largos que conforman nuestra cotidianeidad. Recuerdos que nos alimentan por dentro y nutren nuestra memoria. Instantes que nos traen felicidad y nos ayudan a tomar impulso para conformar nuestros días.
Desde aquí arriba he
descubierto un lugar privilegiado, donde el tiempo y el espacio se funden, nada
condiciona ya mi posición, estoy tranquila. He aprendido a mantenerme firme y
viva.
La enfermedad me colocó aquí
arriba y desde aquí continuaré observando.
Porque todos somos merecedores de ello.
Como final, os confieso que escribo desde abajo, porque aún no puedo subir las escaleras.
Un beso.
Paula Cruz
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