Mario es albañil. Construyó la casa en la que han vivido
desde siempre con sus tres hijas. Tiene un carácter amable, tolerante, sabe
escuchar y ha sido buen conversador. Quizás por eso no deja de entrar y salir
gente durante la visita. Su esposa que ha sido más dura y más fría según nos
cuentan sus hijas, ahora de deshace en llanto sentada en el sofá. ”Estoy enfadada con los de arriba, con el
jefe. Estoy enfadada con Dios. Qué le hemos hecho?.”
Se jubiló un día de febrero, el mismo en que le dieron
la noticia de que un tumor se había hecho fuerte en su cerebro. “Contaba los días que le quedaban para
jubilarse. Desde dos años antes iba restando días. Con humor nos iba diciendo
el tiempo que quedaba…. doscientos cuarenta y siete días, ochenta y un días…. eso
sin contar los festivos!”.
Hablamos bajito en el salón, continuamente miran hacia el
fondo del pasillo. Mario ya no se levanta de la cama. Tiene episodios de
desorientación, aunque aún reconoce a su familia y puede mantener una
conversación sencilla. Siempre quiere estar acompañado y por las noches está
inquieto, tiene miedo.
“El oncólogo se lo dijo
muy deprisa, de golpe. A pesar de ello siempre ha tenido esperanza. Las estadísticas
se hacen para romperlas, decía. Por eso, no creo que sepa lo enfermo que está.”
Un familiar sale de su habitación y nos dice que él ha pedido
hablar con la doctora. Se acerca mi compañera, pero al poco sale… él quiere
hablar con la doctora.
Entro, entorno la puerta y me siento en la cama a su lado. Nos
miramos largamente, acerco mi mano a la suya. Nos acariciamos en silencio. Noto
que no quiere que me acerque demasiado, necesita su espacio para decirme lo que
me va a decir.
“... Cuánto me queda?”
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