Es alta, bastante, y guapa, muy guapa, aunque no llegue a
pesar ni 50 kilos. Tiene la expresión de susto todavía en la cara, sus ojos nos
miran inquietos pendientes de lo que podamos desvelar, atentos a cualquier
gesto, interpretando el lenguaje de las miradas y la postura.
No para de moverse por la habitación, parece que levitara
sobre el suelo. Y de hecho lo hace. Diez meses antes su ex marido la dio por
muerta tras intentar estrangularla, por suerte (entonces lo pensaba, ahora no
sabe qué pensar) sobrevivió. Poco después él se suicidaba tirándose por una
ventana, aún puede verse el manchurrón en la acera. Su hijo de doce años vivió
todo desde la habitación de al lado, sin atreverse a dar un paso.
Tres meses más tarde a ella le diagnosticaron un cáncer de
colon en estadio avanzado. “Cómo es la
vida… dice su madre, detrás de la
cara viene el revés!!
Se ha hecho un rinconcito en la terraza en el que lee y cose.
Nos muestra los últimos diseños que ha cosido para ella, vestidos que ya le
vienen grandes… y que aún lo serán más cada día. Y lo sabe.
“Aún espero un milagro…
y si no?. Si no… no quiero pensarlo, no quiero sacar
la cabeza de debajo de la piedra”. Las lágrimas se quedan en el borde. Sus ojos
grandes. Silencio y dolor. Su madre
callada, la mira. Más dolor.
A pesar del tiempo trabajado y de las experiencias
acumuladas, a pesar de lo andado, de lo guardado y de lo vomitado, a pesar de
la vida y de la muerte aún hay historias que te arañan la piel, que dejan
herida. Aun siendo un privilegio vivir, y digo vivir, la fina línea que separa
la vida de la muerte tan de cerca, entrar en la biografía más personal,
intentar no romper, no quebrar los momentos, caminar de puntillas por ese
terreno resbaladizo y tierno de las emociones, a veces la piel se quiebra. Porque
lo más íntimo entra a formar parte de ti, es un regalo que te dejan en las
manos para que lo cuides y no se desparrame. En cierto modo eres responsable,
te comprometes. Y debes cumplir.
Nos mira y dice, casi en un susurro: “No quiero dormirme… me da miedo no volver a despertar”.
Cuando salimos a la calle respiramos profundo, el aire es
fresco y nos alivia. Pienso, es tan fácil morirse… y es tan fácil ViViR.
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