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domingo, 22 de mayo de 2011

La verdad... ¿toda la verdad y nada más que la verdad?...

 Artículo de:
Ricardo Cubedo es oncólogo del Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda de Madrid y colaborador de ELMUNDO.es




Hace pocos días, José Luis de la Serna, el director de la web de El Mundo, señalaba en un artículo cómo muchas necrológicas publicadas en la prensa siguen disfrazando la palabra 'cáncer' con el eufemismo de 'una larga y penosa enfermedad'.
Jürgen, un paciente alemán al que todavía no conozco demasiado bien, acudió a mi consulta con una impresión de este artículo, sorprendido y algo escandalizado por la forma en la que los españoles seguimos abordando de refilón la información sobre el cáncer, ya sea en calidad de pacientes, médicos o familiares. Él es de la opinión de que entre la verdad y la mentira no cabe un alfiler, que todo lo que no sea 'la verdad, sólo la verdad y toda la verdad' no constituye otra cosa que un engaño hipócrita.
Yo no estaba tan seguro de que la mayoría de las personas que aguardaban en la sala de espera estuviesen de acuerdo en todo con Jürgen, de modo que, medio en serio medio en broma, le propuse lo siguiente: si persuadía a un puñado de pacientes o acompañantes para participar en un intercambio de opinión, digamos para entendernos rápido, 'a calzón quitado', yo me prestaría con gusto a la encerrona. El amigo alemán encajó el envite y, con mucho empeño y no poca dificultad, consiguió reunir a unas 16 ó 17 personas con las que me reuní informalmente, ayer por la tarde, en una de las salas de juntas del Puerta de Hierro.
El peloteo de opiniones y contraopiniones resultó de lo más interesante, aunque, al contrario de lo que le sucedió a Jürgen, creo que podría haber adivinado lo que allí se dijo. La composición de los participantes ya significaba algo. Más o menos la mitad eran pacientes, y la otra mitad familiares. Pero mientras los primeros eran sujetos curados, de los que acuden a mi consulta cada mucho a realizar sus revisiones periódicas, casi todos los familiares lo eran de enfermos en situaciones incurables que estaban recibiendo quimioterapias de distinto tipo. Me gustaría resumir en unos cuantos párrafos breves las posturas más comunes entre los asistentes y, sobre todo, me interesa formular al final tres preguntas a los ciberlectores.

Uno.

La información da miedo. Mucho miedo. A veces, más que la propia enfermedad. Es chocante que casi todos los afectados (llamemos así al conjunto de pacientes, acompañantes y familiares) expresaban su aprensión a la primera consulta no como 'a lo que tengo' o 'a lo que me van a hacer', sino 'a lo que me van a decir'. No pocos confesaron haber retrasado su primera consulta al médico, a veces durante meses e incluso soportando síntomas penosos, precisamente por ese terror 'a tener que escuchar lo que no querían'.

Dos.

Las malas noticias dejan bloqueados a quienes las reciben. Una y otra vez en la reunión de ayer se comentaban cosas como 'a partir de que escuché la palabra cáncer -o quimioterapia, o cirugía- ya no entendía absolutamente nada de lo que decía el médico. Al llegar a casa, no recordaba ni una palabra de lo que me había contado'. Cuando hay asuntos graves que comunicar, los enfermos, independientemente de su edad o nivel cultural, prefieren muy poca información y muy concreta, aunque sea incompleta o se dejen muchos flecos pendientes para otras visitas.

Tres.

Hay dos pecados capitales que los médicos cometemos al informar en la consulta; dos faltas que nuestros pacientes no perdonan y que les ofenden particularmente. Uno es no explicar las cosas de manera sencilla, huyendo de palabrejas técnicas. La otra, más importante todavía, es negar importancia al lenguaje corporal: no mostrar ni una sonrisa, no mirar a los ojos, teclear al ordenador o escribir recetas mientras los pacientes hablan...

Cuatro.

Al contrario de lo que nos pueda parecer a los médicos, todos los participantes de la reunión insistieron en que no necesitan en realidad demasiado tiempo en la consulta, que comprenden bien que hay muchos otros pacientes que atender. Bastan cinco o diez minutos, si se saben transmitir un par de ideas con claridad y cercanía.

Cinco.

Nadie quería mentiras en cuanto al diagnóstico, aunque fueran piadosas, ni para sí mismos ni para sus familiares. Aunque algunos se mostraban dispuestos a hacer excepciones en personas muy ancianas, el acuerdo general fue que si hay un cáncer, hay que decirlo, desde el principio y, además usando precisamente el término 'cáncer' en lugar de subterfugios.

Seis.

Otra cosa bien distinta es cuando se trata del pronóstico. Si todo el mundo parecía estar de acuerdo respecto a que hay que desvelar el diagnóstico de cáncer, era mucho más difícil coincidir en la conveniencia de revelar con crudeza el pronóstico. La mayoría de los pacientes presentes querrían saber si su tumor, una vez operado, tiene muchas papeletas de recaer. En cambio, nadie se atrevía a asegurar claramente que quisiera conocerlo si su enfermedad fuese incurable y todos (menos Jürgen) parecían coincidir en que la ignorancia era la mejor opción ante una muerte muy probable en cuestión de meses o pocos años. En realidad, de todos los presentes, nadie había preguntado abiertamente si el cáncer se podía curar o si era incurable y, por lo tanto, mortal en un plazo más o menos breve. Tanto en el caso de las situaciones curables como de las que no lo son, parece que todos los enfermos llegan a ese conocimiento con sobrentendidos, sin necesidad de abordar la cuestión abiertamente.

Siete.

Un asunto interesante es el papel de la familia como intermediaria y administradora de la información. En mayor o menor medida, a todos los contertulios les parecía natural que la familia se entrevistara, al menos una vez, a solas con el médico para conocer el auténtico alcance de la situación; y a nadie se le antojaba muy inapropiado que la familia pidiera al médico que, sin mentir, dulcificara un poco la información. Mi pobre paciente alemán se desesperaba con esto. Le parecía una intromisión inaceptable en la autonomía del individuo y, a su modo de ver, debía de suceder justo al contrario; que el enfermo conociera toda la verdad, buena o mala, y decidiese qué parte de ella decidía compartir con quién y cuándo.

Ocho.

Una queja universal resultó ser la frustración por carecer de información para llevarse a casa. Casi todo el mundo había recurrido a fuentes alternativas, como amigos, revistas, libros y, por encima de todo, internet. Y casi todos reconocían haberse confundido más que aclarado. Cualquiera de los presentes echaba mucho de menos que su médico le proporcionara alguna clase de folleto o documento escrito con la información esencial sobre los tratamientos y la enfermedad en general. La idea de poder recibir información en DVD o una página de internet mantenida por los propios médicos le pareció maravillosa a todo el mundo.

Nueve.

Se habló bastante y con vehemencia del 'derecho a no saber'. Los pacientes presentes reclamaban tanto saber lo que querían como ignorar lo que preferían no conocer. Varios expresaron su temor a que el médico les hablara de lo que no habían preguntado, y hubo mucha coincidencia en señalar que el especialista que mejor informa es el que, sin engañar nunca, va amoldando la cantidad y precisión de la información a las preguntas de los pacientes y, más aún, a la manera de formularlas. Para los enfermos y sus familias parece muy importante que los médicos mantengamos las orejas aguzadas a si lo que nos reclaman es una respuesta esencialmente cierta pero vaga, o bien detalles concretos.

Y diez.

La palabra 'esperanza' apareció docenas de veces durante nuestra tertulia. Una paciente especialmente lúcida dijo algo así como que "la información veraz es un derecho de los enfermos, pero el que se tiene a la esperanza es un derecho humano". Aun en las peores circunstancias, a nadie le parecía mal que el médico intentara encontrar una perspectiva positiva, una rendija abierta en la puerta de la esperanza.
Después de un par de horas de conversaciones cruzadas, me quedó claro que la cuestión de la información a los enfermos con cáncer incurable (que son menos de un cuarto del total de los que atiendo) es bien espinosa, uno de esos asuntos para los que no hay solución buena; se trata de acertar en la menos mala. A mi modo de ver, los cuatro mandamientos de la información a los pacientes con cáncer avanzado son:
  1. No decir jamás una mentira tan tajante que cierre el paso a la verdad
  2. Empezar con un poco de información verdadera e ir luego de a pocos
  3. Dejarse guiar por las preguntas del paciente y el tono en el que las formula
  4. Y no negar la esperanza.
Si me viese forzado a resumir aún más, pediría auxilio como en otras ocasiones a mi admirado Padre Feijóo, acaso el único auténtico ilustrado español del siglo XVIII, cuando escribía "... la mentira nunca es lícita, aunque ocasionalmente pudiera ser saludable".
Pero todo esto queda muy pulcro escrito sobre una página en blanco y puede que no sea más que esgrima de salón; más peliagudo es ponerlo en práctica en la consulta, y mucho más todavía, entre las cuatro paredes de la casa con el enfermo en ella. Siempre hay mil asuntos que vienen a recomplicar lo complicado: los problemas de la pareja, la existencia de niños, las desavenencias entre distintas partes de la familia, problemas de dinero, un médico antipático, un paciente grosero. Hace falta serenidad, sentido común a raudales y, en las encrucijadas, pensar siempre: 'Si yo fuera el enfermo, ¿cómo me gustaría que me trataran?'.


Para pensar...
  • Si usted tuviese un cáncer, ¿querría saberlo o preferiría que le engañaran?
  • Si ese cáncer no se pudiese curar, aunque pudiese vivir con él varios años, ¿querría saberlo a ciencia cierta o preferiría que esa información la recibiese su familia?
  • Y, si la muerte fuese inevitable en un plazo relativamente breve, de algunos meses o poco más de un año, ¿piensa usted que lo preguntaría abiertamente al médico, o preferiría vivir el día a día sin pensar en el futuro?

2 comentarios:

Cassiopeia dijo...

Quiero. Exijo. Reclamo la verdad.

Precisamente estoy en las primeras semanas de lo que me ha dicho es una quimio "mild" para "controlar EL POSIBLE desarrollo maligno de un tumor cerebral de TIPO I a TIPO II".

Ni siquiera me hablaron de "the 'c' word", eufemismo gringo para el cáncer.

Yo voy a llorar comoquiera;con o sin información. De todas formas, quiero. Exijo. Reclamo la verdad.

Un abrazote y gracias por compartir el articulo.

Enano triste del Sputnik dijo...

Odio la mentira y la ocultación en cualquier ámbito de la vida, tal vez porque tenga mi vida ya con el cupo de mentiras y ocultaciones cubierto para siempre o porque me parezca una prueba de desamor; así que respecto a la salud me gustaría saber siempre la verdad, sea cual sea, porque es nuestro derecho a saberla, porque nos incumbe personalmente y que es una experiencia por la que tenemos que pasar para nuestro crecimiento individual, ¿es duro? ¿es amargo e insufrible? Desde luego que sí, pero es nuestro sufrimiento y amargura, y nadie debería elegir por nosotros. Un abz.