Sentadas en la cama, en su habitación de niña todavía, María
llora y yo estoy con ella. “Siento rabia,
estoy muy enfadada, dice entre sollozos,
pero no por lo que yo estoy sufriendo y lo que me queda… sino porque no
entiendo por qué a él, a mi padre. A veces lo cogería por la pechera y le
gritaría: no quiero, no puedo soportarlo, no a ti,… Cúrate, por favor cúrate
ya!!... Y sigo viviendo, y la vida claro que es bonita, pero tengo eso que no me
deja ver más allá, que no me deja disfrutar. Como si llevara unas gafas que tiñen de
oscuro todo”.
La enfermedad ha llegado como un tornado, poniendo patas
arriba la vida de él, la de su esposa y la de sus dos hijos. Diagnosticado hace menos
de un año, el tumor cerebral ha progresado rápidamente, sin apenas darles
tiempo a pensar qué está ocurriendo. “Muchas
veces pienso que todo esto es un sueño, y que vamos a despertar en cualquier
momento. Que todo es mentira”. Su madre asiente mientras la mira
desconsolada.
Su padre dormita en el sofá de la sala, con los ojos cerrados creo que
nos escucha. “Creemos que no sabe nada
y seguimos disimulando y diciéndole que todo pasará, que es una mala racha. No sabes
lo que nos cuesta!”.
Sin embargo, al preguntarle por qué le ingresaron, me ha
mirado y ha empezado a llorar. Sabe, claro que sabe, como la mayoría de
nuestros pacientes. Los pactos de silencio puros son excepcionales, en gran
parte de los casos el paciente no desea verbalizar sus temores y sus
certidumbres, muchas veces por no añadir más dolor a los que quiere y otras por
no estar mirando continuamente a la enfermedad y a su final.
Además, las cosas cuando las pronuncias ya no tienen vuelta atrás. Ya son.
El cuerpo habla y
ellos lo escuchan, su sensibilidad se agudiza, se multiplica por mil, se
observan todos los detalles hasta los más nimios. Se escudriñan los silencios,
las miradas, los gestos, los ojos enrojecidos, las frases a medias, las mentiras piadosas, las
palabras de consuelo, que ahora sólo son eso, palabras vacías.
Ya en la puerta, su esposa, llorando y secándose con la mano las
lágrimas tal como asoman a sus ojos, me dice que quiere seguir manteniendo “el tipo”. Todo es lícito, cada uno lo
vive como puede, no tanto como quiere, no juzgamos, pero le digo que también se
dé permiso para flaquear, para llorar… incluso con él si así surge. “No, no quiero por mis hijos… sobretodo el
mayor, que no habla, que aún no ha expresado dolor o rabia o pena. Nada”. Piensa
que quizás se contienen por ti, le
digo,… y por él. Y todos disimuláis, todos “mantenéis
el tipo”, cada uno aislado en su casilla, como si no pasara nada… Pero si,
está pasando algo, algo que no olvidaréis nunca y que os marcará para siempre
en función de cómo lo viváis ahora.
Cuando salgo del domicilio me doy cuenta de que han pasado
casi dos horas desde que entré. El tiempo pasa volando, para todos.
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