-¡Buf, qué sueño!-
murmuro mientras espero a Gloria, la enfermera con la que comparto la
guardia. No es agradable despertarte a las 4 de la mañana... y todavía me estoy
acostumbrando al calor húmedo de Barcelona en agosto. Llevo trabajando en esta
unidad de paliativos domiciliarios 5 meses y no había tenido antes unas
guardias localizadas tan movidas como las de esta semana. No sé si será la luna
llena, el calor o que aún estoy verde en esto de los paliativos, pero a los
pacientes parece que no les sienta bien. Llaman por dolor, fatiga, agitación o
simplemente... miedo.
Gloria conduce con cara de sueño, supongo que la misma que la
mía, pero con esa mirada atenta de alguien que lleva tiempo cuidando personas.
-Santi, te comento. Es
Marisa, una mujer de 70 años con un cáncer de mama con metástasis óseas que
lleva el Dr. Fariñas. Esta semana he visto cómo iba “de baixada”, más agotada y
ya sin poder levantarse de la cama... Me ha llamado Evelyn, su cuidadora,
diciendo que ha comenzado con “ranera”.
-¿Ranera?
-El ruido por acúmulo
de secreciones en el pulmón.
-¡Ah! Estertores... ¿la
familia sabe que está tan mal?
-Evelyn, su cuidadora,
es toda su familia.
Evelyn nos abre asustada
-gracias por venir tan pronto, no sé
qué hacer-. Un piso antiguo (de los que tiene “solera” como dice mi padre)
y lleno de fotografías de gente sonriente. En la habitación principal, y sobre
la cama, Marisa nos mira pálida, jadeante y con cara de angustia.
-Evelyn, ¿Qué tal se
toma la medicación?
-Mal, se atraganta con
todo desde esta mañana, y no me he atrevido a darle nada...
Dirijo mi mirada a Gloria, quien ya está abriendo el maletín
sabiendo cómo podemos ayudar a Marisa. Saca un infusor, un dispositivo que
administrará medicación bajo la piel y asegurará a Marisa una tranquilidad que
no tiene ahora.
Sobre la encimera de la cocina, botes de herbolario mezclados
con los de medicinas, un plato de puré lleno y ya frío y nuestras ampollas de
medicación. Voy abriéndolas una a una, con cuidado (la última vez me
corté).
- Para bailar la bamba, para
bailar la bamba se necesita un poquito de salsa...- ¿Me ha afectado el no
dormir o escucho música y risas? Viene de la ventana abierta por el calor. Al
asomarme veo que hay una fiesta en un local de abajo, un grupo de música
ameniza una boda con un cantante bailongo. Bullicio, risas, voces... La música
inunda la cocina mientras Gloria y yo seguimos cargando el infusor a solo unos
metros por encima del jolgorio. -¿Serán
conscientes de lo que está pasando en el piso de arriba?- Gloria no me ha
oído, parece concentrada en el infusor o igual también en el contraste de este
momento.
El infusor funciona bien, Marisa respira relajada y Evelyn la
mira con los ojos vidriosos -han sido 15 años cuidándola-. Mientras le limpia
el sudor de la cara, Gloria susurra en su oído y con tono dulce -Adiós Marisa- le da un beso en la
mejilla. Ahora sólo toca esperar y que
Evelyn la cuide como ha hecho todo este tiempo.
Ya es de día y el tráfico gana fuerza conforme recorremos la
avenida Diagonal. Me tendré que duchar y tomar un café cargado, he quedado con
cuatro pacientes para intentar controlar sus síntomas y ayudarles a hablar de
su vida. Cansado, recuerdo la situación y mi mente empieza a divagar: el final
de la vida tiene un aspecto transcendental, único… y en cambio, bailamos por la
vida sin pararnos a pensar en este momento. Antes no me paraba a reflexionar
así.
¿Me estará cambiando este trabajo?
2 comentarios:
Si. Nos cambia.
Las personas que acompañamos en sus procesos de vida (larga o corta) nos enseñan el valor de la propia vida. A veces, no somos conscientes de ello. Otras, lo somos mucho.
Que afortunados somos de contar con equipos como el vuestro. Que se toman un café muy prontito para acompañarnos sin mirar el reloj.
Gracias, de corazón.
¡Muchas gracias por publicarlo! Un abrazo enorme. Twitter: @Dr_Trueba
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