Julio es alto, de figura imponente. Serio, aunque una sonrisa
amarga se asome a sus labios de vez en cuando.
Tiene 86 años. Fue un alto cargo de la administración junto a
su esposa, que estudió dos carreras y que ahora, callada y sentada a su lado,
se balancea continuamente debido a esa enfermedad que borra los recuerdos y
embadurna a todo el que se acerca.
Hace dos meses, tras un catarro casual que no acababa de
curarse, le hicieron una placa y, tras posteriores pruebas, le diagnosticaron un
cáncer. Él llama a las cosas por su nombre. Por su patología y sus antecedentes
era complicado hacer un tratamiento efectivo.
Nos relata su vida de manera ordenada, tiene necesidad de
decirla. No fue fácil... en varias ocasiones las lágrimas fluyen y el silencio
nos envuelve a todos. La emoción entra y sale, las incertidumbres flotan en el
aire, las preguntas se alargan sin encontrar las respuestas. No las hay, o yo
no las conozco.
Salimos tocadas, para variar. Bendito tocamiento… que nos
infla las alas para seguir volando.
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