Matías, su hijo, nos esperaba en la calle. La casa de piedra,
de cuando el pueblo era más pueblo todavía. Las paredes gruesas protegiendo la
vida que contenían y la vida que se acaba. Dentro la oscuridad, “se ha ido la luz y mi padre lleva un cabreo
que para qué… así que preparaos porque seguro que algo os salpica.” La sonrisa
de él ilumina el folio en blanco que somos nosotras cuando entramos.
Solemos dejar los comentarios afuera, las recomendaciones, las normas y los consejos… Queremos entrar en los domicilios sin letras en negrita, sin anotaciones al margen, sin renglones ni garabatos. Y aún más el primer día.
Solemos dejar los comentarios afuera, las recomendaciones, las normas y los consejos… Queremos entrar en los domicilios sin letras en negrita, sin anotaciones al margen, sin renglones ni garabatos. Y aún más el primer día.
Matías padre se hace el dormido al vernos. La luz entra tenue
por el postigo abierto de la pequeña ventana. La habitación acoge la cama, un
armario y una mesita de noche. Tenemos que entrar de una en una, no hay sitio
para revolvernos.
Al llegar a la cabecera, Matías se vuelve hacia la pared y se
tapa con la manta. “Estoy bien, no me
duele nada y como y cago muy bien”, dice de carrerilla. "Si quieren tomarme la tensión o mirarme el
cuerpo… rapidito, que hace frío!”. El resto de la conversación transcurre
al inicio a base de monosílabos por su parte y, luego, poco a poco, va relajándose
y nos cuenta cómo se siente. “Ya se
pueden imaginar… toda la vida manejando y ahora, pues me manejan a su antojo.
No crean que es fácil pasar de un lado al otro, ya lo comprobaran si es que llegan. No le temo a la muerte, ya he vivido mucho. No imaginaba yo que iba a
llegar tan lejos, vivan ustedes que son jóvenes, a mí ya me toca morir.” Al
despedirnos nos pregunta: “cuándo volverán?”
Su hijo nos mira en silencio desde el pasillo. Hubiera querido filmaros, nos dice, hace meses que no hablaba tanto. Si no lo
veo, no lo creo.
Otra de las muchas cosas buenas de este trabajo, es que la rutina no entra en
nuestro quehacer diario. Nunca sabes que es lo te espera al otro lado de la
puerta.
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