Fina es menuda, ágil y nerviosa. Habla y mira constantemente
a su alrededor, pareciera que espera algo o a alguien. Está sentada en el sofá
delante de la mesa, donde aguardan una bandejita de plata y una cucharita.
“Hoy es miércoles de
ceniza, va a venir el cura y, de paso, me dará la extremaunción. Ya la recibí
hace un mes, pero como todavía estoy aquí… pues eso.
Cuando me dijeron lo
que tenía, ya saben un cáncer, no quise más pruebas. Me muero, ya lo sé. Mi marido
lleva muriéndose dos años, pero de viejo. Está en la cama y mi hija ya no puede
con los dos.
Sólo les quiero pedir
una cosa, pero sin que les suponga un compromiso, eh? Cada día tengo más dolor y estoy más nerviosa,
no tengo miedo, quiero morirme ya. Por favor. Sé que pueden hacerlo.”
Nos mira con unos ojos azules como el cielo que ella está
esperando. Tranquila, serena, con una seguridad pasmosa, como si nos estuviera
pidiendo un plátano. Su hija asiente desde el quicio de la puerta. Ya hace tiempo
que han hablado largamente del tema, es algo asumido por las dos partes.
Se hace el silencio. Nos miramos, seguimos cogidas de la mano,
acariciándonos suavemente.
Imagínate sin dolor, le decimos al fin. Y sin ese sufrimiento
que te genera el que tu hija tenga que estar pendiente de ti continuamente. Imagínate
serena, sin malos sueños, con paz. Imagínatelo.
Sonríe. Podéis hacerlo?,
nos dice. Lo intentaremos y nos cuentas. Volveremos a hablar muy pronto.
Al cabo de pocos días su hija nos cuenta que duerme tranquila,
cosa que no ocurría desde hacía semanas, y que se sienta en el sillón para
comer algo suave y hablar con ella y con las pocas visitas que acuden a su casa. No tiene
dolor y le repite: “Estas chicas
entendieron lo que yo quería”.
A veces, sale bien.
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