No hay nada peor que no poder hacer nada. Mejor dicho, no hay
nada peor que creer que ya no se puede hacer nada.
Mario tiene 92 años y, desde hace dos meses, sabe que tiene
un tumor que progresa. El día antes de hace dos meses, estaba tranquilamente en
el casino de su pueblo leyendo el periódico. “No sé qué me pasó… pero al día siguiente todo había cambiado. Quise
saber la verdad y, la verdad, es que ya no puedo más. Desde ese día mi vida
cayó ladera abajo. Poco a poco me abandonaron las fuerzas, dejé de andar, sólo
podía pensar en negativo, dejaron de importarme las cosas… me enfado por todo,
porque no todo me da igual. Mi hija está siempre disgustada, con el morro
torcido. Sólo quiere que coma… y yo no puedo! Es que no lo entiende nadie?
Nadie entiende lo que me pasa?”.
Mario, que padece una hipoacusia severa y no quiere ponerse
audífonos, habla desde su cama de hierro no ha consentido en que le compraran
una cama articulada. Él quiere estar en la suya. La cama está orientada hacia
un ventanuco de madera por el que entra el sol de la mañana y que tiene
entornada. Su hija, discapacitada intelectual tras una meningitis en la
infancia, nos dice el grado de “entornamiento” que debe ser y no otro.
La casa es pequeña, fría, sin calefacción y las habitaciones
mínimas. Su dormitorio está atestado de cosas, un armario, una silla de ruedas,
una estufa, una mesilla llena de fotografías y vírgenes, un taburete con los
pañales y el tarro azul de Nivea, un estante con ropa y la cama de hierro. No
sé si me dejo algo. Hablamos en voz muy alta, nosotras para que él nos oiga y
su hija porque ya está acostumbrada.
El otro hijo vive en un pueblo cercano y acude con frecuencia
a echar una mano. La situación es dura y complicada. Tenemos que empezar a
pensar en qué ayudas podemos ofrecerles, y más a medida que la enfermedad
progrese y el manejo del paciente sea más difícil.
Nos cuentan que el fin de semana una bruja estuvo en su casa…
“una bruja que gritaba y decía cosas muy
desagradables”. Parece ser que su hija se vio apurada porque su padre no
respiraba bien “hacía pausas cada vez más
largas…” y llamó a urgencias. Nos dice que la médico que acudió le dijo que
si no se daba cuenta de que su padre se estaba muriendo y que ella no podía
hacer nada… que no había nada que hacer, vamos. Que se nacía y se moría
sufriendo.
No sé, nunca debes creer a una sola parte sin escuchar a la
otra y más en situaciones tan dolorosas y duras como las que vivimos cada día, en
las que las ideas, las palabras y las intenciones a menudo se tergiversan. Pero
quedó escrito, al final… “Les he explicado lo que
hay… y se han enfadado. No lo entiendo.”
No lo entiende?... De verdad?
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