A veces la muerte huele. Ya lo he comentado otras veces.
Salimos del ascensor y nos acercamos a la única puerta
abierta del rellano. Entramos en
silencio al recibidor vacío y de golpe los efluvios de la muerte nos envuelven
allá donde vayamos, del pasillo a la sala de estar. Es un olor sutil a veces,
intenso otras.
Al marido de Carmen le cuesta mantener la compostura. Ambos son
jóvenes, él jubilado recientemente y ella dentro de unos meses. Como la mayoría
de los mortales, se privaron de muchas cosas durante toda su vida con el fin de
conservar unos ahorros para el final,… pero el final se ha adelantado y les ha
pillado con el paso cambiado.
Él nos cuenta que apenas duerme por la noche, que
continuamente le demanda. Le demanda agua, le demanda pis, le demanda que le de
la mano, le demanda… sin más. “Tiene
miedo, creo yo,… pero yo también lo tengo”, nos dice con un hilo de voz. Al
momento nos cuenta todo el lío de pastillas tranquilizantes y para el dolor que
le va alternando y dando a su criterio, lo tiene todo bien apuntado, junto a la
hora en que se lo da.
“Estaba deseando que
vinierais, no me aclaro y no sé si lo estoy haciendo bien. No sé si tiene dolor
o si está angustiada. No sé nada. Además prácticamente no
puede tomar ya nada por vía oral, se atraganta continuamente. El médico le
quiso poner una palomilla subcutánea, pero ella se niega, mantiene intactos los
cinco sentidos. No sé qué más hacer ya.”
Vamos a verla al dormitorio. El olor es cada vez más intenso.
Vemos a Carmen, apenas 30 kilos, echa un ovillo a un lado de
la cama y al otro lado, acostada también y sin hacer ruido,… ella. Parece como
una liberación. Reina la paz y el silencio. Carmen duerme. Me siento al otro
lado de la cama, de forma que me pueda ver si abre los ojos. Los abre y nos
saludamos, al tiempo que busca mi mano. Con voz muy bajita me dice “Para qué?”. Para que estés cómoda,
tranquila y sin dolor, le digo. Le hablo despacio de la palomilla que le
aportará la medicación sin molestarla. Me mira fijamente, con una de esas
miradas que lo dicen todo, todo, y contesta “Bueno”.
Al salir de su casa nos envuelve el olor a guiso, a fruta, a
madera. A ViDa.
2 comentarios:
Leeros y revivir los últimos días de mi padre, es todo una. El desasosiego, la angustia, la incertidumbre y la sensación de alivio cada vez que os veíamos aparecer! Gracias por darle paz a él y ánimos a nosotras.
Es muy gratificante y compensa todos los malos ratos escuchar comentarios como el tuyo. GRACIAS!!!
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