Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

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viernes, 26 de junio de 2009

VieJo, SoRDo e iNCoNTiNeNTe...


Mi perro es bastante viejo. Tras años de estrechísima convivencia (me ha seguido con admiración en todas mis actividades diarias, sin exclusión) casi me atrevo a decir que nadie me ha querido tanto como él. No hay cariño de un hombre que se ponga a la altura de semejante enamoramiento. Me sentaba a comer y me miraba desde abajo como diciendo, "mírala, qué bien mastica".

El otro día, en The Washington Post, venía un extracto conmovedor, un ensayo sobre la experiencia de convivir con perros viejos. Uno de los autores recuerda con nitidez el día en que sintió que su perro comenzó a envejecer. Yo también lo tengo fechado. Al principio fue un cambio sutil. Sí, yo presentía que se estaba haciendo viejo. Su espíritu chulesco se fue aplacando, a esta nueva paz contribuyeron la ceguera y la sordera. Pero en vez de reaccionar con frustración y tristeza, como haría un ser humano, mi perro viejo fue optando por la tranquilidad de espíritu. Ahora, no me cabe duda, es un sabio.

En verano encuentra el rincón más fresco, en invierno el rayo de sol más sabroso; no tiene prisa por levantarse, si tú te levantas a las doce él se levanta a las doce, si tú te levantas a las ocho, él se levanta también a las doce; ya no quiere alejarse más de cien metros de casa, cuando llega a la esquina, se da media vuelta y da por finalizado el paseo; prefiere dar paseíllos por el patio, y si se mea (lo que ocurre con cierta frecuencia) ya no corre a esconderse bajo el sofá con miedo a ser castigado. Cuando te ve acercarte con la fregona, te mira como diciendo, "tengo derecho a mearme, soy un viejo incontinente".

Un amigo me dijo un día, "me encantan los perros, pero no los tengo porque su ciclo de vida es demasiado corto". Es cierto. Pero hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones físicas en placidez contemplativa, que su actitud se convierte en una lección diaria.

Cierto es que a veces echo de menos esa adoración sin límites que le hacía mover la cola sólo por el hecho de que yo le mirara. Hemos cambiado los papeles. Ahora soy yo quien de vez en cuando se acerca a su cojín, le miro esos ojos como canicas que miran sin ver y le digo: "cuánto te admiro", y él ronronea, entiende mi admiración. Es un viejo con la autoestima por las nubes.


ELVIRA LINDO
De un artículo publicado en EL PAIS, el 21-06-09

1 comentario:

Karen dijo...

Pero que lindo......quienes estamos con nuestras mascotas tantos años, nos cuesta tanto despedirnos.....