Según la legislación existente, la que se promueve, y la opinión pública que recogen los medios, los pacientes, reales o potenciales, están en disposición de tomar decisiones acerca de cómo quieren ser tratados por los médicos, y de establecer límites o proporcionar coordenadas a sus actuaciones.
La libertad individual de la persona (en el sentido defendido, por ejemplo, por Stuart Mill), el principio de autonomía del paciente (uno de los pilares de la bioética moderna), tienen el marco legal suficiente para ser ejercidas. Pero, ¿lo son? Durante años, los médicos han dicho a los pacientes lo que tenían que hacer, lo que consideraban mejor para ellos, partiendo de sus conocimientos, de su experiencia, de su ética profesional.
La sociedad ha evolucionado, y la participación de los enfermos, demandando información, solicitando atenciones, aportando su propia visión, es poco a poco más visible en las consultas. Pero asimilar el progresivo cambio de modelo en las relaciones es un proceso lento y difícil. Algunos confunden el derecho a la autonomía con la exigencia y la imposición. Y otros otorgan esa autonomía mediante el célebre consentimiento informado.
¿Estamos preparados para nuestra propia autonomía?
Y cuando llegan las grandes batallas, cuando aparece la enfermedad grave y se vislumbra la posibilidad de un final no feliz, la autonomía y la libertad suelen perder terreno, por miedo, porque nunca se han abordado las grandes preguntas, porque la familia blinda el acceso a la información, y ocurre que aunque la enfermedad progresa se habla de todo salvo de las cosas que realmente importan a la persona enferma en el fondo de su ser.
La capacidad para asumir esa autonomía tiene que ver con los valores de las personas, los que rigen su vida. El modelo de sociedad en que estamos inmersos, ese que está en crisis (que no sólo es económico-financiera), no deja pensar, nos aturde de infinidad de formas, y el hombre, cuando llega el momento de la verdad, tiene los deberes por hacer.
Sí, la ley confirma al paciente sus derechos (y más que lo va a hacer). Ahora falta que el paciente asuma ese derecho, tome posesión de él y, pese al dolor, a la tristeza, se disponga a valorar qué es lo realmente importante en su vida, qué le ha dado sentido y qué puede darlo en ese tramo final (que también es vida), y a decidir con sus médicos lo que quiere que se haga o que no se haga durante su tratamiento.
Para eso hace falta un cambio de actitud, de los pacientes, de sus familiares, y por qué no decirlo, de muchos médicos. Desde mi experiencia (y la de muchos otros) sé que es posible, en Cuidados Paliativos acompañamos con frecuencia esos procesos personales, y cuando se entabla un verdadero y sincero diálogo entre personas (paciente, familiares, profesionales sanitarios), entonces, puedo asegurarlo, sobran las leyes.
J.C. Trallero
Especialista en Medicina Familiar.
Articulo: ¿Existe la autonomía del paciente?
08/07/2009
LAVANGUARDIA.es
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