Isidro llegó a la residencia hace casi 7 años. La casa se les
hizo grande cuando falleció su hijo, que apareció ahorcado en el patio trasero tras
años de “depresión”, según nos cuenta. Su esposa y él metieron en una maleta y
varias bolsas lo imprescindible y huyeron del lugar que les había dado cobijo
durante toda una vida.
Se instalaron en la residencia de un pueblo cercano y
comenzaron las nuevas rutinas. Al poco tiempo él se cayó y se fracturó la cadera, “yo
nunca tomé medicación, pero aquí empezaron a darme pastillas en la cena…”.
Pasaban sus días tranquilos y acompañados. “Estábamos bien, la
gente es muy amable. Ayudábamos en el huerto y mi mujer, a veces, en la cocina, hacíamos
dibujos en las clases de pintura y también gimnasia”. Hace 20 días su esposa
falleció, repentinamente, una madrugada en la cama de al lado. Nos lo cuenta
despacio, masticando las palabras, parece que todavía se le hacen "bola" y no
puede tragarlas.
“Cuando lo de la cadera, me vieron una mancha en el pulmón, dijeron que venía de la próstata. Pero yo, aún con todo, estoy bien. No me duele
nada. De todas formas si quieren venir a verme, estaré encantado.” Cuando
salimos escucho que le dice a mi compañero: “Hacéis buena pareja… cuídala, no la dejes
escapar.”
Como ocurre a menudo, salimos sonriendo. A veces, no es el
caso, aunque duela.
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