Aparte de tener en cuenta aspectos como: intentar dormir lo suficiente, no descuidar las relaciones sociales y aficiones, mantener una buena alimentación, organizar el tiempo, etc, es importante prestar atención a sentimientos negativos que probablemente aparecerán en algún momento: tristeza, depresión, ansiedad…
No se deben ni se puede obviar este tema y dejarlo pasar como si fuera parte del proceso o algo irremediable. Afrontar la realidad y asumir que se es una persona con límites es fundamental para poder superar los malos momentos.
En el instante en que se siente que algo no va bien se necesita poner en marcha mecanismos para solucionarlo.
Los sentimientos tanto negativos como positivos influyen en gran medida en la labor del cuidado. Obviamente los positivos van a dar fuerza para llevar la situación de una manera mucho más optimista y productiva. Es por eso precisamente por lo que se debe tender a superar los negativos.
Es fácil que la frustración y el cansancio se apoderen de uno mismo, están ahí y no es positivo negarlos aunque a veces cueste reconocerlos.
La tarea de la cuidador es dificultosa y por eso no se debe intentar negar que se está triste, agotado, estresado o deprimido. Se puede aprender a manejar estos estados, pero para ello hay que asumir que existen.
Es complicado ver como un ser querido va viendo mermadas sus capacidades y a la vez eso afecta en la relación habitual con él, ya no se puede hacer las mismas cosas que antes o no se cuenta con esa persona a los mismos niveles que antes .
Cuando uno se enfrenta a momentos de tristeza hay que intentar identificar el motivo que lo causa.
Habrá situaciones que no se podrán cambiar, pero si reinterpretar, es decir, “quizás ya no pueda salir a pasear con mi marido porque su estado físico no se lo permite, pero puedo encontrar otras actividades que compartir con él”. No es sencillo, pero es posible positivizar la situación que entristece.
Hay que darse una tregua y saber qué se puede hacer... hasta dónde se puede y no se debe intentar ir más allá.
Hay que tomarse tiempo para ir viendo alternativas, las cosas no se pueden solucionar de un día para otro y esto es una carrera de largo recorrido donde las cosas necesitan plantearse con tiempos largos.
A veces los sentimientos de culpabilidad acuden a entorpecer la buena marcha de las cosas. No hay que dejarse llevar por ellos.
Plantear el delegar la atención en otras personas o recursos sociales a veces genera sentimientos negativos: “si dejo que a mi padre le atiendan en una residencia soy una mala hija”, o “si le dedicara más tiempo seguro que estaría mejor”. Evitar este tipo de sentimientos pasa por aceptarlos y analizar si realmente tienen una base cierta. Quizás si se analiza dónde están los límites personales, hasta dónde se es capaz de dar sin descuidarse uno mismo, seguro que se comprendería que muchas veces no hay razón para sentirse culpable de nada, sino que son decisiones que se toman por el bien de todo/as.
En definitiva la receta mágica no existe, pero el análisis y la reflexión objetiva de la realidad que toca vivir es la mejor ayuda para discernir sobre lo que es mejor o peor en cada momento. La tristeza y la culpa lejos de ayudar bloquean. Intentar poner en marcha algunos de estos mecanismos puede ayudar y si no se sabe luchar contra ellas siempre hay profesionales que pueden ayudar a superarla.
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