Se dice que nadie puede mirar seguido al sol sin apartar de
vez en cuando la mirada, ya que podría quedarse ciego. Con la muerte y con la enfermedad
ocurre lo mismo.
Mientras no miramos, o miramos de reojo, dejamos que el calor
nos inunde, reímos, nos confesamos, nos miramos, nos sorprendemos,… vivimos y sentimos como nos salpican pequeñas
gotas de felicidad.
Siempre he creído que la felicidad está hecha de pequeñas
grandes cosas, a veces muy diferentes entre sí, que suceden de manera no continua
pero casi, y que tienen algo en común,… pasan por el corazón y salen de él (como la sangre), entran por los ojos, la piel, la boca, por el aire y van a la aurícula,
dejando un rastro de estrellas y emociones, sufren el borboteo de las válvulas,
que se abren y cierran formando un remolino de colores, y pasan al ventrículo,
de donde salen llenas de fuerza y de vida, para seguir dándonoslo todo.
Solo hay que mirar y disfrutar, dejarse hacer… dejar de hacer
para sentir, para creer, ahí lejos, tan cerca. En la punta de los dedos, en la
comisura de los labios.
Hoy sonrío, un día más.
Alma