Driving in Normandyby Krislinx |
Hoy he rescatado este texto de David Cámara, enfermero de Girona... simplemente porque me ha parecido precioso y me siento muy identificada con muchas de las cosas que relata y con sus reflexiones, aunque seguro que mis compañeros enfermerOs se encontrarán también muy identificados con lo que cuenta:
No recuerdo en qué momento decidí dedicarme a la Enfermería. Quizás ya desde pequeño, cuando jugaba a pinchar y a operar en el cuarto donde mi hermana y yo estudiábamos, probablemente fue ese el instante en que decidí prestar mi vida al cuidado de los demás.
Rechacé sin dudar la plaza que me otorgaba estudiar Medicina en una universidad catalana. Mis padres pensaron que estaba loco: “los hombres no podían ser enfermeros, los hombres debían ser médicos”.
Sabemos que esta profesión tiene sus orígenes en las mujeres, en las matriarcas, pero nosotros los hombres también tenemos cabida. Mis colegas me darán la razón porque son muchas las situaciones en que todavía nos hace pensar eso. Qué enfermero no ha entrado en una habitación y le han preguntado si era el médico: “no señora, soy el enfermero”. Con su expresión, los pacientes y las familias lo dicen todo. Existe esta extrañeza de que un hombre pueda cuidar, prestar una atención individualizada a enfermos y familias. No se nos cree capaz de dar compañía, cuidados de calidad y afecto.
Durante años trabajé en el servicio de traumatología de un hospital comarcal. Fueron años de aprendizaje constante, de perfeccionamiento de la técnica, de agudizar el ojo clínico, de fomentar la relación de ayuda, de luchar contra el abuso de poder, de minimizar el tiempo en momentos de urgencia, de potenciar mi autonomía como profesional, en definitiva, de hacerme creer, de que confiaran en mí.
No hablo de la confianza en cuanto a mis compañeros o superiores, que también, sobre todo me refiero a la confianza del paciente. Sentir que el otro sabe que está en buenas manos.
Después de estos años llegó lo que realmente me abrió los ojos en cuanto a mi profesión. Creo que me di cuenta de que, después de tanto tiempo, jamás había practicado realmente la Enfermería. La esencia de la profesión había quedado enmascarada entre vías, sondas, drenajes, bombas de infusión, etc. Demasiado aparataje para darse cuenta de lo que realmente necesitaban aquellas personas que se nos habían asignado detrás del número de habitación. Mentiría si dijera que el primer día que empecé en aquella unidad no tenía cierto miedo. No temor a no estar a la altura, era miedo de mí, de cómo afrontaría cada situación.
El 1 de junio mi primer turno acabó a las diez de la noche. Reflexiono mientras voy conduciendo de camino a casa, reflexión que continúo haciendo hoy en día después de tres meses prestando mis servicios en la misma unidad. Reflexiono sobre la vida, sobre la muerte. Sin embargo, no sobre la muerte como algo lejano, sino todo lo contrario.Reflexiono sobre la muerte como ciclo vital, como el final de un camino de adquisición de conocimientos, de metas obtenidas con esfuerzo, de un camino lleno de penas y glorias, de dejar constancia de que pasamos por aquí, que aportamos algo, algo importante, con nuestra vida y también con nuestra muerte.Cuando alguien se muere, reina el silencio, avanza la paz, aflora la tranquilidad después de haber visto sufrir a un ser querido, un amigo, un compañero, un padre, un hijo. Mi padre, mi amigo, mi compañero, mi hijo, pensé. Todos somos ellos, ellos somos nosotros.Entonces evalúo mi trabajo durante la última jornada. ¿Qué necesitaría mi padre, mi amigo, mi compañero en sus últimos días, horas o minutos? Y después de días de trabajo, de experiencia tratando con ellos y sus familias, llego a la conclusión de cuáles son sus necesidades.“David, necesitan tranquilidad”, me digo. Sobre todo tranquilidad. Necesitan contar con alguien, saber que no van a sufrir dolor, que su familia está segura y que van a poder despedirse de los suyos en armonía. Necesitan autonomía y saber que cuidan de ellos mismos hasta el último hilo de vida.
También me pregunto mentalmente qué es lo que les incomoda y hace persistir el sufrimiento, en definitiva, lo que no necesitan. No necesitan ruidos, prisas, esperas para mitigar los síntomas. No necesitan percibir que estamos enfadados, extenuados por el trabajo, sentirse una carga. No necesitan conspiraciones de silencio. No necesitan sentirse inútiles. Sí, la vida se les va, pero todavía la tienen, todavía viven.Todos los cuidados que les presto día a día son para mí un regalo que me hacen ellos. Con su gratitud siento con seguridad, después de los años, que no me equivoqué de profesión. Por fin, he practicado la Enfermería en su estado más puro. Por fin, hago lo que en definitiva debe hacer un enfermero, CUIDAR. Por fin sé que ser enfermero me hace feliz.
Reflexiones de camino a casa.
Metas de Enferm oct 2010; 13(8): 77-78
“Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar
y eres tú mismo”
(Aldous Huxley)
y eres tú mismo”
(Aldous Huxley)