Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

¿Nos acompañas?.



viernes, 17 de agosto de 2018

TRiSTeZa...



Tristeza, solo tristeza es la palabra.

Blanco al entrar, sin juicios, sin ideas preconcebidas, solo alertas, dispuestas a recoger, recomponer, mejorar, ayudar, a abrir puertas para ventilar, sin miedo, cautas, dispuestas a movernos sin romper, pasando entre los restos del naufragio sin destruir, intentando juntar las piezas para montar un escenario vivible, amable, saludable, trayendo a la esperanza de vuelta, la esperanza de los días, de los deseos aún, de los sueños a corto plazo. Cuatro ojos, cuatro orejas, dos manos para tocar, dos mentes a las que hemos pausado tras la anterior visita, por supuesto en “on”.

Pero Mercedes nos supera. Tiene casi mi edad y hace dos años le diagnosticaron ELA, justo tras separarse de su marido. No quiere que la veamos en la cama, con la silla de ruedas la cuidadora la trae a la cocina, un espacio diáfano en donde entra la luz a raudales. La decoración mínima y cuidadosa la pensó ella. Un lugar para vivir.

Llega gesticulando, ya no puede hablar y apenas puede mover los dedos de las manos. Las flemas le producen frecuentes ataques de tos de los que sale con un gran esfuerzo. Mientras intenta explicarnos algo que le ha pasado, apenas acierta con las letritas del móvil… y a mitad lo abandona. Tampoco puede ya con la Tablet. Su cara es muy triste, por supuesto no lo acepta y llora desconsoladamente, al tiempo que se ahoga. Le hacemos preguntas a las que solo debe responder si o no. Pero no cree que las respuestas sean suficientes, vuelve a gesticular y la impotencia y la rabia,… finalmente la tristeza, se apoderan de su rostro. Su cuidadora, joven y atenta, enciende la televisión… “para que se distraiga”.

Asistimos impotentes a la escena que se desarrolla junto a nosotras, aquí al lado. Sumergiéndonos en una tristeza de la que yo al menos tardaré horas en salir.


Después de vivir hace pocos días una experiencia personal, me doy cuenta de lo frágil que es la fina línea que separa la vida de la muerte.




jueves, 9 de agosto de 2018

CuaTRo MuJeReS...


Éramos cuatro mujeres sentadas alrededor de una cama. Madre e hija sobre ella y nosotras dos al lado, cerrando el círculo. Las ventanas nos mostraban un universo verde. Verde de pinos, verde más claro de hierba, oscuro el de las montañas del fondo y entre rama y rama, uniéndose a tropezones en lo alto de las laderas, el azul de la mañana. A solas con nuestras voces y nuestros silencios, fuera el sonido de los pájaros dibujando una orla a nuestro alrededor. Como una diadema de flores.

Eva aún tiene el sobresalto en el cuerpo. Hace apenas dos meses navegaba por el mundo, cosa que hacía desde mucho tiempo atrás, viviendo temporadas largas en lugares diferentes. Siempre viajera independiente, ávida de experiencias y de conocimiento. Un imprevisto la llevó a tierra.  

Lo ha aceptado como ha hecho con todos los obstáculos que la vida le ha ido planteando, de cara, con la verdad por delante y buscando opciones, soluciones. Sin demora, ya que el tiempo apremia.

Es tranquila y sonriente, habla despacio y encaja bien la diversidad... es flexible como un junco. Su hija le acaricia las piernas. Pero no puede más con la dependencia que se desprende del avance de su enfermedad, no quiere hacer sufrir a los suyos, aunque se adapta al papel que le está tocando vivir… “Aún no puedo creérmelo, pero las cosas son así. He sido feliz, me he casado y me he separado dos veces… no aguanto demasiado... o no me aguantan a mi. Tengo dos hijas de las que estoy muy orgullosa. Pero quiero morirme ya. Lo que viene va a ser cada vez peor para todos. Me he puesto en contacto con esa asociación suiza del suicidio asistido, pero llevará su tiempo…”. Y probablemente no lleguemos ni a que puedas hacer el viaje, mamá. 

Se lo queremos decir a su madre, a mi abuela de 93 años que vive fuera y nos llama a menudo, pero no sabemos bien cómo hacerlo. “Pero tiene que saberlo ya, tiene que estar preparada para cuando me muera”. Claro, ya no tiene edad para enterarse en el entierro, dice su hija. Ambas sonríen. Probablemente ella sabe más de lo que dice, por detalles, preguntas con respuestas ambiguas,… le decimos. Hablamos de la muerte y del después con una gran naturalidad, las cuatro. Yo me siento como en una nube, verídico.


“No soy creyente, no sé qué habrá después… si seré parte del viento o de la tierra. Pero estoy muy tranquila… estoy en paz”, dice con una sonrisa.



miércoles, 1 de agosto de 2018

Me SaLVa...


Es una casa de tres. Tres sillones, tres sillas en la cocina, tres dormitorios. Tres personas… una historia. Los padres mayores y un hijo que apenas levanta la vista del suelo durante toda la visita y al que las palabras parecen quedársele en la punta de la lengua, diáfanos los sentimientos y áspero apoyarlos en las palabras.

El padre sentado en un sillón reclinable, con una palangana al lado, en el suelo. Ella sujetando un pañuelo, solícita y pendiente del mínimo gesto de él. Al fondo, en la penumbra con las manos cubriendo su cara, el hijo. Concha lleva el peso de la conversación y de su familia.

No ha sido una vida fácil, “no quiero amargarles el día ni entretenerlas”. Su marido padece un cáncer de pulmón con metástasis cerebrales. “Hay ratos tranquilos y otros en que se pone como un energúmeno. La verdad es que siempre ha sido así, ha vivido como si estuviera soltero. No sabe lo que he tenido que tragar… bebía, se ha gastado el dinero a manos llenas, y yo… bueno ya se imaginará… no hace falta que le cuente más. A otras les da por llorar, por salir,… a mí me dio por limpiar”. Mientras habla mira a su hijo que difícilmente contiene las lágrimas.

Qué haces durante el día?, Algún ratito tendrás que salir a que te dé el aire, le preguntamos.

“Yo no quiero salir de casa, no quiero irme de su lado… por si me necesita. Es mi obligación y no quiero vivir con esa culpa cuando él ya no esté.”

Sabe lo que me salva a mí? El programa ese de por las tardes. No podían haberle puesto mejor nombre. Es como si un grupo de amigas vinieran a casa a pasar la tarde. Ese programa me anima, me entretiene,… me salva.” 

Cada domicilio es un mundo, una historia hecha de retales que se unen para hacer ese vestido con el que transitas por la vida. No siempre es el mismo, depende de lo que toca vivir en ese momento.

"Gracias por escucharme, lo necesitaba,... y no todo el mundo está dispuesto."

Pues es una pena!