Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

¿Nos acompañas?.



jueves, 14 de noviembre de 2019

aZuL Y FRío...


Miriam nos mira atentamente desde el sofá, se le nota recelosa y desconfiada. La psicóloga de la AECC le había comentado que pasaría un equipo de soporte a verla, pero la oncóloga le dijo que era demasiado pronto. Demasiado pronto… para qué?” Nos pregunta nada más vernos.

Ha hecho del sofá su segunda casa, le cuesta levantarse, le duele moverse. La mirada fría, azul como el hielo. De mi compañera a mí, de mi a mi compañera. Nos habla de ella en tercera persona, como si hubiese un alguien que lo viera todo desde fuera, como si estuviera muy lejos de allí. Un relato conciso, duro. Sabe el diagnóstico pero no está segura del todo del pronóstico, habla de qué será de su hijo cuando ya no esté, de cómo viene la vida, de que hay que asumir lo que hay… pero que quizás no sea tan grave. No pregunta, no le interesa nada que no sea su discurso. Tiene 44 años y un hijo de 12.

Al cabo de un rato la habitación se nos queda pequeña.

Nos cuenta cómo empezó la enfermedad y cómo han ido las cosas. Fue hace tres años, sin venir a cuento”, luego vinieron pruebas y más pruebas hasta que hace un año le dijeron que estaba curada. Pero yo no estaba bien, me lo notaba”. Tres meses más tarde inició una nueva quimio, después le propusieron una prueba que al final no fue posible realizarle. “Yo creo que hay unas medicinas para unos y otras para otros. Vamos, que a mí me podían haber hecho más cosas…”. “No sé… tenía miedo….de vosotras. La próxima vez os prepararé un café y charlamos como hacen las amigas”.

Sí, hay un final para todos supongo. Desde mi ventana veo la luna que asoma tras las nubes, y pienso que han de suceder miles de pequeñas cosas para que ese milagro ocurra todos los días.


domingo, 3 de noviembre de 2019

De CoNTaR HiSToRiaS...


Y sigo viviendo entre el verde, el dorado, el rojo… y el mar. Disfrutando de la lluvia, los acantilados, las rocas verticales, los ocasos… y el sol. También de la gente, de esa gente tranquila y generosa que abunda por donde nos movemos.

A veces pienso que no es que haya más gente buena entre la maraña, sino que el radar que todos tenemos moviéndose continuamente, se ha desarrollado de forma magistral con los años. Paseo por los caminos y las orillas, el barro y las hojas acompañan mis pasos y el agua moja mis pies con su ir y venir. Paseo por las calles de los pueblos que, casualmente, voy encontrando. Me paro en el escaparate de una tienda y mientras miro distraída, la música del interior se asoma a la puerta y me hace sentir bien, sonrío de nuevo. Cuando vuelvo a ser consciente, ya estoy dentro. Voy mirando y, aconsejada, me quedo frente a los colores de moda de este invierno. Hablamos el dependiente y yo y, como habitualmente, una cosa lleva a la otra y me doy cuenta de que, aunque a los demás les importa tu historia, la gente necesita contar la suya. Me incluyo, todos necesitamos contar nuestra historia, sobre todo si el que tienes enfrente posee nociones de saber escuchar. Pues eso.

Y me contó una historia.

Su madre falleció hace un año tras sufrir un ictus y pasar varios días en el hospital en estado de coma. Al ser una persona relativamente joven y sin antecedentes, el equipo sanitario que la atendió le propuso una posible donación de órganos. A la familia siempre le coge desprevenida esta opción, que uno siempre se plantea en otros casos pero no en el suyo propio. Tras pensarlo, decidieron que ya que su madre había sido una persona generosa en vida, seguramente estaría de acuerdo con la idea de seguir dando… vida.

Tras firmar los documentos pertinentes y mientras se iban, de un sala adjunta al pasillo oyeron casualmente una conversación telefónica de una persona que decía más o menos: “Si, si, que ya está!! Os van a llamar para que vengáis al hospital, que ya hay un donante. Gracias a Dios”. El hijo no pudo menos que sonreír y mirar a quien estaba hablando y, sin poderlo evitar y saltándose todos los protocolos, le abrazó y ambos lloraron, sin hablar, sin palabras. Se unieron el dolor por la pérdida y la alegría por la nueva vida que empezaría en breve.


Otra vez la vida y la muerte de la mano.