Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

¿Nos acompañas?.



viernes, 31 de diciembre de 2021

SoLaMeNTe Tu MaNo...

Happy New Year


Mira, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla

como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas

para entrar a tu mundo, ese trocito

de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestas tu mano en esta noche

de fin de año de lechuzas roncas?

No puedes, por razones técnicas.

Entonces la trazo en el aire, urdiendo cada dedo,

el durazno sedoso de la palma

y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,

como si de ello dependiera

muchísimo del mundo,

la sucesión de las cuatro estaciones,

el canto de los gallos, el amor de los hombres.

 

Julio Cortázar

31 de diciembre de 1951

lunes, 6 de diciembre de 2021

CoNTiNuaMoS aPReNDieNDo...


“Escucha, … escucha el silencio que hay cuando cae la nieve.” Alfredo perdió a su mujer hace unos meses, la cuidó mientras el olvido la envolvía de tal forma que ya no sabía quién le decía “Buenos días” cada mañana. Aquel túnel negro sin salida le hizo silencioso y le aisló del mundo, del otro mundo.

Cuando hacía bueno salían al patio de su casa, ella caminaba con dificultad pero aun así se acercaba a la nave donde estaba el viejo tractor, ese tractor rojo que les dio la vida y alimentó a toda la familia durante años, y lo tocaba como acariciándolo. Alfredo la dejaba unos minutos y ella, apoyada en la rueda, le hablaba bajito susurrando palabras que sólo ella entendía y, probablemente, el tractor también. Al cabo de un ratito lo besaba y daba media vuelta. Alfredo siempre supo que se estaba despidiendo de él.

Otro día y a unos cuántos kilómetros, Elisa nos hizo un regalo. Su esposo de 93 años está encamado y padece una enfermedad en fase terminal. Ella, que ha sido profesora de lengua, está sentada en un sillón viendo películas del oeste en la tele. También los recuerdos fueron resbalando de su mente hasta ese precipicio que, al final, se los tragó como un gran agujero negro.

Tienen trece hijos, desperdigados por el mundo, y su casa es enorme. Cuando ya nos vamos la hija le pregunta a su madre si quiere cantarnos algo “para agradecer a estas chicas que hayan venido a vernos…”. Su madre se levanta contenta y juntas, a dúo, nos interpretan una canción inolvidable, que se quedará en los archivos de nuestra memoria mientras dure.

Pedro tiene apenas 60 años. Le gustan las motos y ha viajado por casi toda Europa con una Honda enorme. Hace 5 años le diagnosticaron un cáncer y empezó el tratamiento de quimioterapia. En algunas ocasiones éste coincidía con algún viaje, “… y el oncólogo me retrasaba la quimio. Me dejaba vivir, qué gran persona! Cuándo volvía, yo creo que el gotero me sentaba mejor…”.  Tiene un dolor que le ha obligado durante semanas a quedarse en la cama y que con un infusor de morfina hemos controlado bastante bien, ya se levanta e incluso baja a darse una vuelta del brazo de su hijo. Desde el principio ha asumido la enfermedad y el final no lejano. Su hijo dice que su padre siempre ha afrontado los problemas de cara, intentando buscarle a la realidad los rincones donde se esconde la sonrisa y, si se encuentra, el humor. Nos dice: “Vaya, este año que me voy, seguro que nos toca la lotería de Navidad!”. A lo que su hijo responde: “No papá, este año… tampoco nos tocará la lotería!”. Se ríen suavecito, nos reímos todos… suavecito.

La vida: sabiduría, aprender a lidiar, ser junco, amar, saber dejar, saber estar, reír, llorar si toca, callar, escuchar,... Seguir caminando mientras podamos.


domingo, 14 de noviembre de 2021

áNGeLes SiN aLaS...

En todos estos años hemos recibido algunos regalos y, sobre todo, cartas de agradecimiento que guardamos como grandes tesoros. Aún me cuesta entender como alguien es capaz de escribir con gratitud cuando el dolor te envuelve tras la pérdida de un ser querido, recordando a quienes te acompañaron en ese trance, en el trascender.

Esas palabras recién salidas del alma, todavía calientes, nos calan hacia las coronarias, llegan al ventrículo y de allí se expanden al resto de las células de nuestro cuerpo, liberando endorfinas y colmándolas con la sensación de lo bien hecho, de aquello que se suele hacer con el corazón.

También, claro, pero en menos ocasiones, hemos tenido quejas por no llegar a tiempo o por no estar cuando más nos necesitaban. Eso sienta mal, duele. El dolor se transmite como una corriente por el espinazo, inesperado, intenso y difícil de manejar.

Todas las cartas vienen siempre firmadas por la familia del paciente, pero hace unas semanas nos llegó una sin firma. Desconocemos el remitente, pero es tan hermosa que quiero compartir solo una parte.

A veces, los ángeles no tienen alas.

Sucede en muchas ocasiones, más de las que creemos, que te cruzas con un ángel,

y al no verlo tocado con su característico par de alas, ni cuenta te das.

Pero es que los ángeles, en muchas ocasiones, no tienen alas.

Ángeles de carne y hueso, de bata blanca y zueco a retalón.

Ángeles que necesitan fumarse un cigarrillo tras cada visita, porque si no,

colgarían la bata y nos entregarían firmada su dimisión.

Que ahogan las lágrimas en sus ojos cansados cada vez que tú te rompes por dentro,

que asumen tu carga y alivian tu pesar.

Ángeles guías más que custodios; más que divinos, humanos;

más que escogidos, amados.

Muchas veces los ángeles vienen sin alas y se las ganan a pulso

con cada palabra, cada sonrisa, en cada mirada.

Ángeles que dejan la vida en cada paciente…

Ángeles que no por temidos son menos queridos.

Ángeles recordados por un día, olvidados el resto y venerados para la eternidad.

Ángeles con nombre de mujer, manos de madre y mirada de hija.

Ángeles en los que creer a pies juntillas, con hechos probados.

Si te apeas un segundo de tu locura diaria y prestas atención, les verás.

Tras batas manchadas por vidas segadas en batallas no ganadas,

archivando historiales que pesan como losas que los cubrirán,

descubriendo nuevas almas a las que salvar.

Detén tu carrera un segundo, observa sus castigados ojos que todo lo han visto

y más que les resta por ver, y descubrirás que en ese preciso momento, a tu lado,

ha pasado un ángel.

No uno, sino dos.

 

domingo, 10 de octubre de 2021

eSCuCHaNDo eL SiLeNCio...


Últimamente me pregunto si uno está fuera de la realidad por convicción o por vocación, o es la realidad la que lo despacha a uno.

Siento que la mayoría de las cosas no me pertenecen ni me interesan, que el presente es otra cosa que debe estar un poco escondida porque la mayoría de la gente no lo comparte. Admiro la fuerza de los pequeños gestos, la inmensidad de algunos momentos, el amor del instante. La verdad que está oculta entre la maraña, el hilo que te conduce a ella y el lujo de ser capaz de vivir ese soplo de aire fresco y auténtica realidad, en medio del caos en el que estamos inmersos y del que no me siento parte.

Este sentimiento no me produce tristeza, sino estupor y sorpresa, me aísla y me concentra a la vez que me dispersa de lo y de los demás. Tampoco es una sensación nueva, pero si más intensa y que quiero aprovechar.

Me muevo cada día entre el fino filo que separa la vida y la muerte. Acompaño en el transcender, me arrimo al anochecer y escucho lo finito, lo que ya ha sido, lo que es, lo que no es y lo que nunca será. Conozco lo que es final y todo lo que arrastra, sé que la vida pende de un suave hilo de seda que oscila según el viento, y que nos vamos con lo puesto, con lo vivido, con lo hecho. No me asusta (o eso quiero creer), no pienso en el tiempo, ni en que un día se acabará, pero si en disfrutar los demás días. Casi siempre lo he hecho, pero ahora siento prisa, tengo más ganas y más convicción. No sé exactamente lo que quiero, aunque tengo una idea, pero tengo muy diáfano lo que no quiero en mi vida.

Pensar esto me da tranquilidad y sosiego. Además, no me siento sola, hay unos cuantos duendes en el bosque, me los encuentro sin querer, cuando el silencio acalla el ruido y uno ha aprendido a escuchar. Apenas se oye el murmullo, se mueven entre las hojas caídas y el sol.

Solo quería compartir esto.

 


domingo, 5 de septiembre de 2021

oNDaS TRaNSVeRsALeS...


Sara está luchando desde hace años contra un pronóstico incierto que ha estado a punto de costarle la vida en más de una ocasión. Parece curada de espanto a sus 56 años.

La casa está llena de libros y su nieto corretea por el pasillo. Su marido se acerca con una bolsa de plástico de la que asoman unas hierbas y dice: “me las han dado en el trabajo, dicen que son buenas para el cáncer… no sé, por intentar más cosas… creo que lo hemos probado todo”. Se ríen los dos, ella sin querer. Se le nota agradecida, “es lo mejor que me ha pasado…” dice bajito señalándole a él. La desolación se asoma por cada poro de su piel, inundando la habitación y ahogándonos a todos.

Hablamos de lo que puede hacer desde que el dolor ha disminuido, dándole una tregua para salir a tomarse una tónica en una terraza. “Pero siempre discreta porque la gente me mira, se acerca, claro esto es un pueblo, y me preguntan, quieren saber. No lo soporto.”

Y en el mar profundo que son sus ojos echa a nadar las palabras: “sé que me muero… pero es que yo no quiero morirme”. Las palabras forman ondas entre ella y nosotras, como cuando tiras una piedra al agua quieta. Y las ondas en lugar de chocar contra la tierra o contra el muro penetran en mí, se expanden de fuera a dentro, de pequeñas a grandes haciéndome sentir toda la inmensidad del dolor que encierran. Seguimos mirándonos, el silencio abraza las otras mil palabras que nos decimos sin decir nada. La negación, la impotencia, la rabia, la tristeza, la aceptación sin remedio y todas las demás fases que uno siente después de que la realidad te haya expulsado de la vida, se pasean entre las dos.

“Aún recuerdo cuando me levantaba a las 7 para ir a trabajar y lo grandes, pero grandes, que me parecían los problemas del día a día… Y los fines de semana cuando abría los ojos y podía decidir qué quería hacer, seguir durmiendo… o hasta el infinito. Lo que daría por volver a esos tiempos…”. Es la gran diferencia entre estar vivo o casi muerto.

Sin moverse apenas me coge la mano. Después sonríe como si se hubiera quitado un peso y me hubiera reconocido en el hueco que lo recoge.

Hay instantes que son tan grandes como toda una vida. Y cómo afrontar el día a día tras ellos?

Yo lo sé, aunque sigo dudando. Cada día sé con más certeza lo que no quiero y en lo que quiero creer, pero… y ella? Cómo son sus días y sus noches? Qué ha dejado de querer y en qué ha empezado a creer sin descanso? Qué fondo de pantalla se ha instalado en su vida y le acosa, aunque quiera mirar hacia otro lado?

Las respuestas son duras y uno casi no se atreve a pronunciarlas... menos imaginarlas.