En un pueblo apartado de casi todo...
El camino hacia la casa era de tierra, estrecho, lleno de matojos a ambos lados y salpicado de gatos que entraban y salían de la puerta y por las ventanas abiertas, a pesar del calor.
La puerta de madera no ajustaba bien y dentro, el desorden y el caos campaba a sus anchas. Un fuerte olor a basura, orina y sudor lo invadía todo.
En una especie de cocina el marido, de 88 años, nos esperaba sentado en una silla y con un gato en el regazo. En otra habitación que hacía las veces de comedor, trastero y dormitorio, dormitaba su mujer sobre un somier sin colchón y cubierta de mantas. No quería vernos, ni saber nada de nosotras ni de ningún otro bicho viviente, excepto sus gatos y su médico “ése si que es bueno...”.
Padece un deterioro cognitivo severo y, realmente, ha sido muy difícil hacernos con ella, simplemente acercarnos a su cama y hablar, ya que no paraba de manotear, gritar e intentar pegarnos. Durante los años de enfermedad, su marido le ha dado la medicación, le ayudaba en el aseo y comían juntos lo que él preparaba,....así hasta hace poco tiempo. Desde hace unos días es incapaz de darle las pastillas, asearla y a duras penas le hace comer. Según nos cuenta, se pasa el día durmiendo o gritando y amenazándole.
Creíamos que ibamos a poder, lo hemos intentado largamente (lo que nos sobra es paciencia...), pero no ha sido posible,...sólo tras administrarle una dosis baja de medicación subcutánea, se ha tranquilizado y hemos podido hablar con ella, explorarla y, de paso, asearla.
La situación es complicada, pero hemos echado mano de los recursos a nuestro alcance para encontrar, junto con el esposo, el médico de cabecera, la enfermera y la trabajadora social, el mejor recurso social para los dos. Y en eso estamos....
El camino hacia la casa era de tierra, estrecho, lleno de matojos a ambos lados y salpicado de gatos que entraban y salían de la puerta y por las ventanas abiertas, a pesar del calor.
La puerta de madera no ajustaba bien y dentro, el desorden y el caos campaba a sus anchas. Un fuerte olor a basura, orina y sudor lo invadía todo.
En una especie de cocina el marido, de 88 años, nos esperaba sentado en una silla y con un gato en el regazo. En otra habitación que hacía las veces de comedor, trastero y dormitorio, dormitaba su mujer sobre un somier sin colchón y cubierta de mantas. No quería vernos, ni saber nada de nosotras ni de ningún otro bicho viviente, excepto sus gatos y su médico “ése si que es bueno...”.
Padece un deterioro cognitivo severo y, realmente, ha sido muy difícil hacernos con ella, simplemente acercarnos a su cama y hablar, ya que no paraba de manotear, gritar e intentar pegarnos. Durante los años de enfermedad, su marido le ha dado la medicación, le ayudaba en el aseo y comían juntos lo que él preparaba,....así hasta hace poco tiempo. Desde hace unos días es incapaz de darle las pastillas, asearla y a duras penas le hace comer. Según nos cuenta, se pasa el día durmiendo o gritando y amenazándole.
Creíamos que ibamos a poder, lo hemos intentado largamente (lo que nos sobra es paciencia...), pero no ha sido posible,...sólo tras administrarle una dosis baja de medicación subcutánea, se ha tranquilizado y hemos podido hablar con ella, explorarla y, de paso, asearla.
La situación es complicada, pero hemos echado mano de los recursos a nuestro alcance para encontrar, junto con el esposo, el médico de cabecera, la enfermera y la trabajadora social, el mejor recurso social para los dos. Y en eso estamos....