A veces, muchas, me miras con los ojos muy abiertos,
fijamente me escudriñas e intentas que no se te escape un solo detalle de lo
que ellos ven. Tienes miedo. Preguntan con mucha cautela, diciendo lo que tu
boca no se atreve a pronunciar, lo que tus labios callan. Más miedo.
Sólo me miras y yo no sé, no sé… soy incapaz de decirte toda
la verdad; esa verdad de la que he hecho gala durante tantos años, esa verdad
soportable que día a día he ido desgranando en el borde de la cama de pacientes
que, como tú, intuyen, saben o sienten que la vida se escapa cada vez más
deprisa, cuesta abajo. Esa difícil conversación, verbal y no verbal, con
preguntas abiertas, con respuestas sinceras, con silencios llenos de palabras y
emociones, que van y vuelven y en la que siempre se intenta que la puerta de
alguna esperanza quede entornada…
Pero, ya ves, soy incapaz de hablar contigo de frente. Y me duele. También tengo miedo, si no más, al menos como tú.
Pero, ya ves, soy incapaz de hablar contigo de frente. Y me duele. También tengo miedo, si no más, al menos como tú.
Y pienso… qué diferentes son las cosas al otro lado, aquí en la tierra!