Y dicen que me perdí… me perdí en tus ojos, me perdí en tu
pelo, me perdí en tu sonrisa. Y perdida sigo. Es tan grande y tan hermoso lo
que me ofrece cada día que a veces dudo que pueda caber en el hueco de mis
manos. No quiero perderme nada.
Los ambientes, el olor, lo que se dice y lo que se calla… todo
cuenta, todo habla de vida. De vida hasta la muerte.
Me perdí y me sigo perdiendo en ti que con miedo me miras
desde la cama, en la madre que llora temblorosa junto a mí, en la hija que
escucha con atención el mínimo detalle, en la esposa que acompaña y se sumerge en
el dolor, en el marido que con mano temblorosa se seca una lágrima al pensar
que un día le faltarás y qué será su vida sin la pieza que da sentido a su ser.
Me pierdo en la pareja que se va porque la verdad duele. Me pierdo en la
soledad del que ya a nadie ni nada espera.
No me pierdo en quiere o debe saberlo, sino en: quiere
escucharlo? Porque saberlo lo sabe de sobras, en la inmensa mayoría de los
casos. El pacto de silencio son arenas movedizas que nos obligan a andar a
trompicones, sin saber que aquí al lado está la senda segura por la que camina
el paciente alejado de todo y de todos. Solo.
Me pierdo en el silencio, en el que cada vez estoy más a
gusto.
Y me pierdo en todos y cada uno de ellos, que juntos son los
fragmentos que conforman gran parte de mi vida. Benditos fragmentos que me han
enseñado lo que de verdad tiene sentido, no tanto sobre cómo morir sino sobre cómo vivir.