Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

¿Nos acompañas?.



domingo, 26 de abril de 2020

NueSTRoS MaYoReS...


Manos reveladoras



Todas las manos tienen una gota de sangre. Necesaria para el test. Ninguna se parece aunque todas sufren las inclemencias del paso del tiempo. Manos envejecidas, arrugadas, secas, escamosas, temblorosas. Algunas con traumatismos cutáneos, manchadas de rojo o violeta.

Manos reveladoras y expresivas. Manos de 27 huesos, 29 articulaciones y 123 ligamentos. Manos con pulgares opuestos como los koalas.

Manos con historiales de caricias. Manos con dedos que rozaron más rostros que móviles. Manos que acunaron, vistieron y dieron de comer durante años, cocinaron y trabajaron durante décadas. Manos "revestidas de piel de invencible corteza, inagotables y generosas fuentes de vida y riqueza", como escribió Miguel Hernández.

Manos que fueron jóvenes, suaves, cremosas. Manos "más puras que las rosas", como describió Juan Ramón Jiménez. Manos o mano "que despacio se mueve, transparente, tangible, atravesada por la luz, hermosa, viva, casi humana en la noche", como narró Vicente Aleixandre.

Manos con historias ensortijadas y desconocidas. Manos ajenas que se parecen mucho a las manos queridas, aquellas manos que se fueron sin la última caricia. Manos de personas confinadas y confundidas, atrapadas en la violencia de un virus sin compasión que impone el tiempo de vida.





sábado, 18 de abril de 2020

eN SeRio...



Esta mañana hemos empezado temprano, teníamos muchas cosas que vivir. Tras repasar el material que llevamos en el maletero del coche, nos hemos puesto en marcha.

La primera parada ha sido en nuestra gasolinera de referencia que permanece casi inactiva, solo abierta para transportistas, coches que realizan servicios imprescindibles… y para nosotras. Desde que empezó todo esto nos regalan el café y una pasta. Hoy ha sido especial porque nos hemos encontrado con el “alcalde”, un camionero de Madrid que realiza viajes llevando artículos de primera necesidad y con el que hacía años que no coincidíamos. Una persona afable y sensible al que le encanta nuestro trabajo y que, anteriormente, mientras nos peleábamos por ver quien pagaba el café, nos contaba anécdotas del suyo.

Hemos aparcado en la plaza del pueblo. Unas cuantas personas hacían cola para comprar en la única tienda, de esas que tienen absolutamente de todo, con sus mascarillas y guardando las distancias. Nos hemos metido por una calle estrecha y en el patio de la casa nos hemos puesto las batas, que hoy son amarillas en lugar de verdes o azules. De esta guisa, con nuestras mascarillas, gorros y guantes hemos aparecido en el dormitorio de Esteban, quien sorprendido nos ha preguntado: “ Van de carnaval o qué?”, el perro dormido en su regazo. "Din es muy listo, sabe cuando estoy muy mal y me van a ingresar, unos días antes no deja de mirarme fijamente... y yo le digo: ya Din, deja de mirarme!".  Su nieta de 4 años nos miraba, nos seguía y nos enseñaba sus juguetes a una distancia prudencial, entre la curiosidad y el asombro, sin miedo.

Y así todo el rato.

La siguiente visita ha sido a Ramón. Era la primera vez que nos veíamos y, sin preguntar apenas, nos ha contado casi todo lo que queríamos saber. “Ya sé que tengo cáncer y que no tiene remedio. No quiero que se alargue demasiado y sólo pido no tener dolor”. Mientras, su hija con lágrimas en la cara, observaba la escena desde el quicio de la puerta. “Hace un tiempo fui a la oncóloga y, después de mirar un buen rato el ordenador, me dijo: le voy a decir una cosa, su enfermedad no tiene cura y nos quedan unos meses… y yo le dije: pues le voy a decir otra cosa: me importa un rábano irme al otro barrio”. Se ríe y casi se atraganta mientras nos lo cuenta.Ah! y otra cosa, me tenían que operar de cataratas y el médico me dio cita para dentro de 9 meses y le contesto: pues si que me da una esperanza de vida larga!”. Luego se pone serio. “Yo siempre he sido así… con este humor. He sido director de una empresa con muchos empleados a mi cargo, he tenido que tomas decisiones difíciles, he visto muchas cosas y no tengo miedo. Tengo todo resuelto, mi mujer falleció de cáncer hace 10 años y desde entonces sólo tengo ganas de volver a verla”.

Luego vemos a Teresa. Está soportando una agonía larga, con gran sufrimiento emocional, pero entera y sin dolor ni otros síntomas, ya controlados. Sus hijos están enfrentados desde hace tiempo.Yo no me voy hasta que estos dos se arreglen. Ah! y además, quiero daros un beso y un abrazo antes de irme... así que ya podemos esperar”.

Vuelvo a casa. Me confino y pienso. 




viernes, 10 de abril de 2020

LoS PiLaReS...


La vida en tiempos de pandemia: Los pilares de la muerte digna

HERALDO acompaña a los Equipos de Soporte de Atención Domiciliaria (ESAD), del Hospital San Juan de Dios de Zaragoza, especializados en atención paliativa.

ACTUALIZADA 10/4/2020 A LAS 09:48.  GERVASIO SÁNCHEZ

Pilar Lázaro a la derecha y Pilar Mora izquierda asisten a “Filo” ante la presencia de su hijo Javier y su nieta Yessica reflejada en el espejo del armario Gervasio Sánchez

Vivimos tiempos de muerte. Cada día se incrementa la larga lista con centenares de nuevas víctimas en un baile de cifras estremecedor. Nada parece poner freno a la violencia de una pandemia que carece de sentimientos. En apenas cuarenta días de efectividad letal hemos soportado miles de historias de sufrimiento y muerte en soledad.

Siento una sensación extraña cuando acompaño a uno de los cinco Equipos de Soporte de Atención Domiciliaria (ESAD), del Hospital San Juan de Dios de Zaragoza, especializados en atención paliativa. Voy a entrar como un intruso, en espacios íntimos, vetados a los extraños, gracias a la generosidad de familias dolientes, donde se sufre a flor de piel el tránsito entre la vida y la muerte.

Son la médico Pilar Lázaro, con 14 años de experiencia en cuidados paliativos, y la enfermera Pilar Mora, con más de diez años (“menos las bajas maternales por mis cuatro hijos entre siete años y 10 meses”, dice) en el equipo. Pilar y Pilar. Podrían ser madre e hija. Más en Aragón que Pilar funciona como nombre generacional. Yo las veo como los pilares de la muerte digna.

Llegamos a Calatayud y visitamos a la cordobesa Filomena que, poco después de conocerla, me riñe por no llamarla “Filo”. “Lo mal que lo pasé cuando era niña por culpa de mi nombre. Peor lo pasó mi padre al que pusieron Pilar”, explica y sonríe con esfuerzo.

Se sientan a su lado con una vestimenta artificial. Llevan bata verde, mascarilla y guantes. Ellas siempre hacen las visitas vestidas de calle como si formaran parte de la familia. Pero la pandemia les ha hecho utilizar un vestuario que les dificulta el contacto físico con la paciente.

“Filo” tiene cáncer de estómago avanzado estadio 4 con metástasis. “Me mareo mucho y tengo temblores”, le dice a la doctora mientras la enfermera le toma la tensión. “Es como una niña pequeña. Ayer se vino a la cocina para ver como hacíamos la maicena y casi se nos cae”, cuenta su hijo Javi que vive con ella.

“Filo” es un caso excepcional y una verdadera caja de sorpresas. El 27 de noviembre de 2013 le dijeron a la familia que “sería un milagro si llegaba a Navidad”. El día que le diagnosticaron el cáncer terminal se levantó de la consulta y se fue tan campante para casa mientras sus hijos temblaban. Como si le cantara a la muerte con años de adelanto: “Resistiré”.

Y ha resistido y sigue en la brecha. “Por la tarde está más flamenca”, explica su hija Montse que viene todos los días con Yessica, una de las nietas de “Filo”, para “asearla y darle el desayuno por las mañanas y acompañarla por las tardes”.

Pilar Lázaro acaricia a José Luis de Gervasio Sánchez

La doctora Pilar cuenta que “es una paciente que quiso saberlo todo desde el principio y no le gusta tomar morfina porque, como le ocurre a muchas personas, cree que acelera la muerte, lo que no es cierto”. A la pregunta de si quiere algo para dormir responde pizpireta, ella que se ha pintado los ojos hasta hace cuatro días: “Ya dormiré cuando esté muerta”.

El trabajo del equipo de paliativos es acompañar al enfermo y ayudar a la familia a vivir el duelo. “Por eso desde el inicio del confinamiento está siendo tan difícil porque las personas no se pueden abrazar y muchos hijos y todos los nietos solo se relacionan con videoconferencias y el wasap”, explica la doctora Lázaro. “Es importante ayudar a despedirse, a cerrar las cuentas pendientes”, comenta.

El silencio de un paciente no es sinónimo de no saber lo que está ocurriendo. Al contrario, el 99% siente que la enfermedad va a peor. “Sufren menos de lo que nos imaginamos. Nosotras nunca nos imponemos ni siquiera con las palabras. Preferimos que las personas nos cuenten sus sensaciones y así sabemos si prefieren hablar de ello”, cuenta la enfermera.

En un hospital tocas el timbre y acude alguien del personal a solucionar la incidencia. En casa las decisiones las toma la familia. Menguar el dolor para evitar el sufrimiento puede crear un sentimiento de culpa que aflora cuando el paciente ya ha fallecido. Por eso es muy importante para el equipo ayudar a superar cualquier duda para que no se enquiste en la conciencia.

Entramos en casa de José Luis Pérez Hernández, natural de Olvés, un pequeño municipio zaragozano de 120 habitantes, con cáncer de laringe con metástasis en los pulmones. El comedor está iluminado con las caritas de los ocho nietos en sus primeros años de vida. Los estantes también están repletos de fotografías de esos mismos chiquillos, algunos ya adultos, en otras fases de sus vidas.

El cansancio acumulado en el rostro de Montse, esposa de José Luis, sobrepasa el cariñoso recibimiento. “Ayer no hubo manera de calmarlo. Por la mañana se quería tirar de la cama. Y por la noche le costó mucho dormirse”, explica la mujer sin mascarilla “porque me ahoga”.

“¿Por qué creéis que estaba nervioso? ¿Ha pasado algo que le haya podido alterar? ¿Puede ser esa inquietud reflejo del dolor?”, pregunta la doctora. “Quizá porque no puede ver a sus nietos”, responde Maria Jesús, una de las cuatro hijas. Sus nietos le prepararon un video con sus felicitaciones para su reciente 77 cumpleaños. “Los vi por el móvil, pero no es lo mismo”, confesará después José Luis.

“Ni para adelante ni para atrás. Siento dolores a punta y pala que me aprisionan. Cuando respiro hondo o toso son mayores”, contesta José Luis con dificultades para hablar tras hacérsele una traqueotomía. La doctora le acaricia el rostro con una sobrecogedora ternura.

En las primeras cuatro horas de la mañana José Luis se ha bebido tres litros de agua porque se le seca mucho la garganta. “En los últimos días dice que ve a personas que vienen a visitarlo”, cuenta Rosa, otra de las hijas. “Veo a mis hermanos y amigos de la infancia ya fallecidos”, señala con la mano la entrada de la habitación, y “les llamo para hablar con ellos porque me siento muy tranquilo con su presencia”. También sueña con sus años de agricultor cuando “me gustaba coger los melones cabezones”.

“Mejor hablamos en el comedor porque tiene el oído muy fino y está tan pendiente que es capaz de ver una lágrima furtiva deslizándose sin querer”, dice la doctora. En mayo del año pasado se cayó varias veces y en octubre se le detectó el cáncer. Desde diciembre está confinado en casa y desde febrero no se levanta de la cama ni siquiera para bañarse.

La doctora les explica que la medicación reseca mucho. Montse le dice que está teniendo mucho cuidado con las dosis porque “no quiero que le pase nada por mi culpa”. “No te tiene que quedar ninguna duda sobre lo que haces, Montse. Son dosis muy pequeñas. Cada vez que tenga dolor ponle medio mililitro de morfina”, le indica la doctora.

Mientras nos quitamos las batas verdes en el portal les pregunto a las dos de qué les sirve acompañar a personas en la fase terminal. Pilar Mora reflexiona: “Los pacientes son maestros de la vida. A mí me ayudan a valorar las pequeñas cosas, a saborear una mandarina, a disfrutar aún más de un baile con mis hijos”. Pilar Lázaro apuntilla con dulzura: “Ayudando a morir, he aprendido a vivir”.



lunes, 6 de abril de 2020

aSí SoN LaS CoSaS...



Hace pocos días me llamó Carmen, una amiga de la infancia con la que mantengo una relajada relación… a veces de días, otras de meses, o de años…

Carmen es maestra y padece una discapacidad física que le obligó a jubilarse anticipadamente. Ha vivido siempre con su madre, es su única hija y nunca se casó. Su madre, viuda desde muy joven, siempre la animó a hacerlo “pues no será porque la Carmen no tiene pretendientes…”.

El caso es que empezó a olvidarse de las cosas, empezó por la sartén en el fuego y continuó por la senda de los nombres hasta caer en el silencio y la inmovilidad, aunque no en la pérdida de los afectos. Carmen la cuidó y la mimó durante mucho tiempo, pero un día no pudo hacerse cargo de la situación y decidió ingresarla en una residencia. “Está de lujo”, me decía, se decía, se escuchaba.

Entre sus rutinas diarias estableció la de ir todas las tardes a verla, y así ha sido durante los dos últimos años. Le contaba lo que había hecho durante el día, le daba la cena y no se cansaba de acariciarla. Siempre había sido así, y ahora más.

Hace casi 1 mes le dijeron que mejor no fuera, que querían aislar a los residentes de cualquier persona que pudiera contagiar el “bicho”. Cumplió y llamaba a menudo para preguntar por ella. Se la imaginaba triste y sola, sin contar con su aliento, su sonrisa y la mano en la suya.

Pocos días después le comunicaron que la habían tenido que aislar porque presentaba síntomas respiratorios y tenía fiebre. No habían llegado las pruebas, pero parte del personal estaba enfermo… y así eran las cosas. Esta situación la entristeció más todavía, imaginando su soledad y presagiando lo que se avecinaba.

Efectivamente falleció al cabo de una semana, nadie sabe si de tristeza, de ausencia o de coronavirus. Carmen fue al entierro, sola, manteniendo las distancias y sin haberle podido dar un beso de despedida.

Ahora en su casa, la desesperación le invade, el vacío se hace enorme y no sabe cómo llenar esas tres horas de la tarde… ni el resto del día ni de la noche. Le da vueltas a todo, se siente culpable y no sabe cómo decirle adiós a su madre... como cerrar el círculo.

Así son las cosas…