Creo que todos tememos miedo a la muerte. Unos por no saber a ciencia cierta que puede haber tras esa puerta al infinito, otros por la inmensa tristeza de tener que dejar aquí lo que no nos puede acompañar al más allá y otros por las dos cosas.
No hace mucho viví esa experiencia del final cercano. Fue muy rápido pero me dio tiempo a ser consciente de mi propia fragilidad, del ser y a lo mejor no ser en los próximos instantes. Un dolor torácico inespecífico se instaló en mí desde la mañana, el desasosiego me atrapó y empecé a hacer diagnósticos diferenciales en mi mente. El más probable era ansiedad, ya que la situación que vivía desde hacía un tiempo podría apuntar en esa dirección. El siguiente era, por supuesto, un infarto de miocardio. Así anduve todo el día hasta que por la noche (“al entrar la noche los dolores y los miedos se agudizan y no podemos pensar en otra cosa…”) fui al hospital. No era miedo exactamente, era terror.
Tras un electro algo dudoso, me hicieron una analítica de enzimas cardíacas. Mi pensamiento voló hacia todo lo que me quedaba por hacer, hacia los planes tras mi jubilación, a las veces que en mi quehacer diario había escuchado lo mismo (“teníamos planes para la jubilación, después de trabajar toda la vida, de criar a los hijos y encarrilarlos, teníamos planes para nosotros dos… y ahora esto.”), a la gente que quería y había descuidado,... a que no podía controlar nada y estaba en manos ajenas, quizá un Dios, quizá un Alguien, quizá el Destino o el Universo. Pequeña, acostada en una camilla desde la que se veía un gran reloj que marcaba las nueve menos diez y al lado, sentado en una silla con mi ropa y mi bolso, mi compañero de camino, de corazón, que me decía: “Tienes demasiada buena cara para tener algo malo”. Fueron buenas noticias, pero debía trabajar con mi mente.
Posteriormente aún acudí al hospital en otra ocasión y tras un electro normal, me hicieron una placa de tórax. Mientras esperaba el resultado, sentada en una silla de ruedas junto a otros pacientes, tras observarlos a todos y sacar mis propias conclusiones, comenzaron de nuevo mis cavilaciones. Por qué no un cáncer de pulmón, si me he pasado media vida fumando? Vale, probablemente pronóstico de vida corto, quimio (a ver cómo la tolero…), y entre una y otra a viajar, me olvido de mis planes a corto y medio plazo y me dedico a conocer mundo.
Tras unos más que buenos resultados, placa normal, hormonas tiroideas en rango de normalidad así como el colesterol, salí de allí cantando por lo bajo y decidí aceptar las cosas como vienen, sin esperar más. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Pensé que sería bueno hacerme caso y escucharme de nuevo cuando hablaba con mis pacientes y sus familiares. Calma. Una cosa es vivirlo desde fuera y otra entrar adentro.
Así que a este año que comienza en breve, sólo (sólo??) le pido salud y alegría para vivir.