En mi familia siempre ha sido tradicional celebrar la Navidad en familia, montar el belén, decorar el árbol, cenar y comer juntos los días señalados, ayudar a decorar la mesa, hacernos regalos, celebrarlos con algarabía, comer las uvas,… en fin todas esas cosas.
Hubo un tiempo en que en esas fechas me tocaba trabajar, guardias, sustituciones o porque si, y lo celebraba lejos, era lo normal.
Hace unos años, más de los que imagino, intentaba cambiar turnos o buscar días de vacaciones para estar con ellos, porque pensaba “quizás sean las últimas”.
Un año, de repente, se vació una silla. Poco después, otra. Y algún tiempo después la definitiva, la única que nos seguía reuniendo alrededor de la mesa en esos días.
Los que quedábamos nos fuimos desperdigando por el mundo. Un mundo tan pequeño que apenas medía unos kilómetros, pero tan grande que abarcaba demasiadas ausencias y mucho dolor en poco espacio de tiempo.
Las ausencias se han ido difuminando y algunos colores brillan más, las formas del inicio han ido dando paso al entendimiento y al descubrimiento. Cuántas cosas desconocíamos unos de otros y que claras se ven ahora, en la distancia. Nunca en el olvido. Recordándoos.
El dolor se ha mitigado, no podía ser de otra manera. Ya no es carencia, es dibujo sobre el papel, contorno sobre la madera, olor en la piel, frases e imágenes que aparecen de pronto, es música en el aire, la forma de las nubes en el cielo, un anochecer, el ruido del mar,…. sueños mágicos mientras duermo.
Esta Navidad, como en estos últimos años, es una noche sosegada, serena, en un lugar distinto, arropada por querer y querer querer, con el cielo oscuro cubriéndonos, sabiendo que las estrellas brillan como nunca sobre nuestras cabezas.
Porque sé que estáis por aquí rondando, me siento, os pienso y os mando un BeSoGRaNDe.