Cuando el enfermo oncológico en fase terminal que tienes delante tiene más o menos tu misma edad, sabe lo que le ocurre y lo que va a ocurrir en breve y, a pesar de eso, rebosa vida por los cuatro costados, la relación que estableces con él es especial, cómplice, íntima. Sientes que no puedes fallarle.
Sentadas a su lado, hablando como si nos conociéramos de toda la vida, nos contaba el dolor que le ha acobardado estos últimos días, cómo lo ha sobrellevado, lo molestas que le resultaban las visitas, lo larga que se le hacía la noche, la tristeza que iba envolviéndolo todo, el miedo al después que no le dejaba ver el ahora, el intento de disimulo ante su madre que, sin decirle nada, se acercaba, lo abrazaba y lloraba con él,...la confianza que tiene en nosotras.
Hablaba en tono suave pero firme, mirando a los ojos, sonriendo cuando notaba que le entendías e intentabas ponerte en su lugar (sin conseguirlo, desde luego...), cálido y atento a los detalles y a todo lo que dijeras y que le pudiera ayudar a sentirse mejor.
Definía el momento que le está tocando vivir como una “gran putada”...
Pero hay que seguir luchando para arañarle tiempo a la vida y, sobretodo, vida al tiempo.
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