Hay quien dice que las enfermedades no
         hablan. Es posible que sea así, pero lo que sí es cierto es que sentirse, se
         sienten. ¡Vaya si se sienten! En todas las enfermedades, uno de los principales
         sentimientos es el miedo. Es pegajoso. Es una especie de tortura que hace que
         uno esté en un estado de permanente inquietud. Igual que estaban los
         prisioneros en los campos de concentración nazis. Con la diferencia de que los
         prisioneros solían estar con otros prisioneros. En cambio, el enfermo está
         solo. Los hay que tras la inquietud sienten la derrota. Incluso hay personas
         que en esa inmensa soledad que supone la enfermedad llegan a pensar que están
         penando por alguna mala acción o pensamiento. Llegan a aceptarla como algo
         merecido. Y es que al miedo -quizá sería mejor llamarlo pánico- se unen la
         inseguridad y la pérdida de confianza en uno mismo. 
         
Así, aparte de lo que se puede apreciar
         en un escáner, una resonancia o cualquier otra prueba diagnóstica, ese paciente
         que entre en la consulta, después de esperar un buen rato en una sala de espera
         con otros pacientes como él, padece soledad, miedo, pánico, autoestima baja,
         ansiedad y depresión. Es obvio que tanta complejidad no se puede lidiar en una
         visita de 10 minutos. Entre otras cosas, porque los síntomas que he descrito no
         se pueden percibir a simple vista. Ese paciente es prisionero de su enfermedad.
         Y, como todos los prisioneros, se siente derrotado. Aunque lo veas vestido,
         está desnudo. Simplemente, a fuerza de fingir lo que no es fácil de medir, se
         presenta delante de ti vestido con pulcritud. Si está incómodo, es que aún
         mantiene el espíritu de lucha. Si está con la cabeza gacha y poco hablador, ya
         ha tirado la toalla. Si quieres saber qué necesita, sólo has de preguntarte a
         ti mismo qué es lo que necesitarías tú si estuvieras en su lugar. Porque la
         profesión médica consiste en eso: en ver reflejado en tu paciente un estado que
         el azar o la genética te ha librado momentáneamente de padecer. Pero, tarde o
         temprano, los seres humanos vivos se tienen que enfrentar a ese estado, y el
         hecho de ser médico debería proporcionar un mayor conocimiento de lo que esa
         persona necesita de ti. Lamentablemente, no tienes solución para todos sus
         males, pero, y así son las cosas, los enfermos se suelen conformar con muy
         poco. La sensación de fragilidad y vulnerabilidad es tan grande, que una mirada
         amable, una cierta serenidad, un gesto cariñoso y una esperanza razonable, le
         pueden ser de gran ayuda. No se trata de darle falsas esperanzas ni de
         abrazarle como si fuera un ser querido; simplemente, se trata de que le mires a
         los ojos, le escuches atentamente, no expreses sensación de prisa, le expliques
         bien las cosas y te vea sereno. Llámale por su nombre. Has de trascender a la
         bata blanca que llevas puesta. ¿Sabes que hay oncólogos que cuando pasan visita
         se quitan la bata y ponen la mesa a un lado? Quieren que el paciente los perciba como uno de los
         suyos. 
Ya sé que es duro ver enfermos graves
         todos los días, pero aún es más duro padecer la enfermedad. Estás ejerciendo la
         profesión que has elegido, y mejorarla está más en tus manos y en la de tus
         colegas que en las de los propios enfermos. Bastante tienen ellos con soportar
         el peso de la enfermedad. También comprendo que sea frustrante no poder
         ofrecerles soluciones terapéuticas, pero piensa que estar contigo puede ser
         para ellos la «solución terapéutica del día». Si te es difícil estar con ellos,
         si no eres capaz de ser amable, si no transmites serenidad, si te pesa la
         situación, quizá no estás en buena forma y deberías dejarlo una temporada. La
         medicina siempre ha sido una profesión dura, que exige dedicación y
         sacrificios. No va a cambiar. Si no lo ves claro, no transmitas tu angustia y
         tus frustraciones a los médicos recién licenciados. A esta profesión hay que
         entrar con entusiasmo, y para ello se necesitan profesionales que transmitan
         ilusión, compartan valores y sean buenos mentores o tutores. Viendo cómo tratas
         a tus pacientes nos estarás enseñando cómo quieres que te traten cuando estés
         enfermo. Y, para los enfermos, alguien como tú es lo más importante. Eso es lo
         que convierte esta profesión en excepcional. 
Albert Jovell
Presidente del Foro Español de Pacientes

3 comentarios:
Poco más se puede añadir a lo dicho, solo dar las gracias a los profesionales que piensan y actúan de dicha manera.
Un abrazo.
Precioso texto. Desde luego este hombre conoce muy bien su profesión y los problemas a los que se enfrenta.
Albert es extraordinario , como médico y como paciente.Él sabe muy bién como se siente un paciente angustiado porque lo ha experimentado y ha sacado lo mejor de esa experiencia. Y lo fantástico, que lo comparte con los demás.
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