ISBN 9788495291257 |
En agosto de 1989 a Anatole Broyard, crítico literario en el prestigioso suplemento cultural de “The New York Times”, le diagnosticaron un cáncer metastásico de próstata; luchó contra la enfermedad durante más de un año, una de las formas en que le hizo frente fue con la escritura de algunos relatos autobiográficos e incluso un diario que abarcó de mayo a septiembre de 1990; en la década de los cincuenta ya había escrito sobre la enfermedad y la muerte de su padre como consecuencia de un cáncer de vejiga, el relato lleva por título “Lo que dijo la cistoscopia”. Todos estos escritos, los de su enfermedad y el de la enfermedad de su padre, se publicaron en castellano en 2013 con el título “Ebrio de enfermedad y otros escritos de la vida y la muerte”. Su esposa, Alexandra, manifestó que cuando Anatole supo que tenía un cáncer se entregó a la tarea de escribir sobre su experiencia de enfermo y sus relaciones con los médicos.
No son pocos los que recomiendan que el libro de Broyard debería ser leído con pasión y devoción en las Facultades de Enfermería y de Medicina; por la inteligencia, la calidad literaria y el fondo humanístico del autor, incluso muestra un gran conocimiento referenciando a los precedentes literarios relacionados con la enfermedad: Tolstoi, Kafka, Chejov, Virgina Woolf, Thomas Mann o Susan Sontag.
En resumen, un libro estupendo y muy recomendable. Os dejo algunos trozos que me han gustado:
En resumen, un libro estupendo y muy recomendable. Os dejo algunos trozos que me han gustado:
La enfermedad es ante todo un drama que debiera ser posible disfrutar a la vez que se padece. Ahora entiendo por qué los románticos tenían tanto afecto por la enfermedad: el enfermo lo ve todo como si fuera una metáfora. En esta fase me encuentro encandilado con mi cáncer. Es algo que apesta a revelación.
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... a mi me gustaría hablar de mi próstata con mi urólogo no como si fuese un órgano enfermo, sino como si fuera la piedra filosofal.
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Estar enfermo es una extraña mezcla de lo sublime y de lo patético, de comedia y terror, con intervalos de sorpresa.
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En las situaciones de emergencia siempre inventamos relatos. Describimos lo que está pasando como si así pudiéramos poner coto a la catástrofe. Cuando se enteró la gente de que yo estaba enfermo, me inundaron con relatos de sus propias enfermedades, así como de los casos vividos por amigos suyos. El relato, la narración, parece ser una reacción natural a la enfermedad. La gente sangra relatos, y yo me he convertido en un banco de sangre de relatos. El paciente ha de empezar por tratar su enfermedad no como un desastre, un motivo para la depresión o el pánico, sino como un relato. Los relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor.
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Así como un novelista convierte su angustia en relato o novela con el fin de estar en condiciones de controlarla al menos hasta cierto punto, una persona enferma puede hacer a partir de su enfermedad un relato, una narración, como medio para tratar de desintoxicarla. La metáfora era uno de mis síntomas.
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¿Qué se le pasa a uno por la cabeza cuando está tumbado, encharcado de tintura radiotópica, bajo una máquina desmesurada que le examina todos los huesos en busca de las pruebas de la traición? La máquina tiene cierto atractivo de película de terror: estando bajo ella uno se convierte en el monstruo de Frankenstein expuesto a la tormenta eléctrica.
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No sabe uno en realidad que está enfermo hasta que se lo dice el médico. Cuando un médico le dice a uno que está enfermo no es lo mismo que si le diera permiso para estar enfermo. Uno se gana a duras penas su enfermedad. Uno siempre será un mero aficionado en el campo de su enfermedad. Aficionado o amateur, porque lo amará. Saber que uno está enfermo es una de las experiencias más trascendentes de la vida. Uno cuenta con seguir en marcha para siempre, cuenta con ser inmortal. Freud dijo que todos los hombres están convencidos de su propia inmortalidad. Yo desde luego lo estaba.
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Dentro de cada paciente hay un poeta que intenta salir.
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Morir o estar enfermo es en cierto modo poesía. Es un trastorno, una locura. En la crítica literaria se habla continuamente del trastorno sistemático y enloquecedor de los sentidos. Eso es lo que le ocurre al enfermo.
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No hay que rendirse a la enfermedad: aféitate, péinate, viste de manera atractiva, sé agresivo, no pasivo. Es el cambio en el enfermo lo que avergüenza a sus amigos, y es ahí donde comienza toda la inhibición.
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Aunque llegó a llenar unas cuantas páginas con sus manos, con sus fuerzas menguantes, nunca llegó a terminar su novela, nunca alcanzó esa satisfacción final. Era cualquier cosa menos un fracasado, porque el estilo es el hombre, y la literatura no lo es todo.
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Volví a sentarme con mi padre y a cogerle de la mano. Tenía los ojos cerrados. “Un día, dos días…”. Había llegado el momento. De repente tomé conciencia de lo que eso significaba y me vi al borde de la desesperación, como contempla el solitario explorador del Ártico la infinita extensión de hielo. Quería llorar –sentí que me encogía por completo–, pero no podía. No podía llorar por mi padre, y al darme cuenta de esto se me llenaron los ojos de lágrimas.
4 comentarios:
Wow! Esto me ha entrado vía intravenosa, buenas manos Marisa, me has encontrado la vena a la primera.
Hoy he conocido a una de esas enfermas, serenas, animosa. Duerme bien, come con apetito, tiene un diagnóstico atroz y esta semana empieza otra quimio, pero está tranquila. Su marido también, y los hijos me imagino que también. Qué bien! Da gusto conocer gente así.
La enfermedad como un aoportunidad. Eskerrik asko!
Es un libro fantástico, ya te digo... totalmente recomendable.
Imagino que todos formamos parte de una historia que merece ser escrita.
Muxuak!!!
M.
Os llevo siguiendo hace algún tiempo, fuisteis todo un descubrimiento para mi en pleno proceso del cáncer que padecí, y haces que la medicina y la enfermería me parezca más humana, más cercana, más con una visión humanista del enfermo como persona.
Siempre espero impaciente vuestra entrada que no deja indiferente y me gusta que al cáncer se le llame por su nombre: cáncer, ni bicho, ni cosa ni como la llaman "piadosamente" en algunos medios de comunicación: larga y penosa enfermedad.
De entrada las enfermedades son todas penosas, hasta un simple resfriado logra tumbarnos.
Había leído el libro de Anatole hace tiempo y aunque retrata bastante bien al paciente con cáncer que se sabe en sus últimos meses, hay cosas que son aplicables al espíritu norteamericano y no al español.
Para ellos padecer un cáncer no es motivo de ocultación, ni de vergüenza ni nada para ocultar, se vive con una cierta normalidad, al menos con más normalidad que en España y si, cuando los enfermos de cáncer sabemos el diagnóstico nos da la vena escritora o poética, lo que ocurre es que en España bastante menos y lo hacemos más trágicamente.
Os dejo mi blog, con poco tiempo de vida, por si os puede servir u os apetece leer lo que un superviviente de cáncer piensa y si me permitís una nota, los pacientes de cáncer, aun con diagnóstico de fallecimiento asegurado somos supervivientes desde el instante en el que nos comunican la enfermedad, sea el tiempo que el cáncer tarde en progresar o en ser vencido totalmente, pero cada día vivido con calidad es un día ganado y un día en el que somos eso: supervivientes.
http://cancerseescribeconquimio.blogspot.com.es/
Un abrazo y seguid siendo un poco de quimio sanadora ;)
Jóse Luis (con tilde en la O): Sinceramente GRACIAS por tus palabras y he de decirte que me quito el sombrero ante tu reflexión, por supuesto que tu nota es permitida y agradecida.
Un saludo.
M.
PD: Tu blog ya lo he visitado en alguna ocasión, por eso se que te llamas Jóse Luis (con tilde en la O) ;)
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