Me muevo a través de la bruma y descubro que todo sigue, que todo nace y muere y mientras tanto vive. Amanezco del sueño y vibro con la vida que acompaña al proceso de morir.
No reconozco tanto al ser que muere como al que ha vivido. En los ojos, que es lo último que muere, percibo la rotundidad que envuelve lo que ya está hecho, lo que ya fue dicho. No hay dudas. Tal como nos dijo Emilio abrazándonos el día anterior a fallecer: “Ya no nos veremos más… yo ya me voy”. La paz que acompaña al último aliento nos da fuerzas para continuar, para seguir viviendo hasta el final, hasta ese final conocido, aunque dé miedo nombrarlo porque aquello que se nombra ya es.
Isabel quiere hablar con nosotras a solas. Cuando conseguimos controlar ese dolor que le impedía incluso sentarse, empezó a vestirse de colores, se pintaba y salía a la calle,… pero ya. Ha tenido una vida dura, ha sido alcohólica (“lo soy, nunca se sabe…”), ha sufrido malos tratos, tiene una hija con una deficiencia psíquica que cree que fue por culpa suya y la posguerra solo le trajo miseria. Con mucha calma dice: “No hay nada para terminar ya? Llevo mucho tiempo pensándolo y no quiero decírselo a mi hija, pero ya me siento como un objeto, como un trasto viejo que molesta en cualquier lado. Todo lo que digo o hago les fastidia. Ya soy una carga muy pesada. Por favor ayudadme a acabar con esto, no puedo más”.
Pedro ha vivido intensamente. Ha viajado por todo el mundo y tiene un don de gentes que le ha abierto casi todas las puertas pero, aunque es joven, sabe que la vida se le va. “Hay días en que quiero morirme, no aguanto la incertidumbre de cuándo y cómo será. Pero otros días, como hoy, no me quiero morir.” Los silencios acompañan a sus palabras, los nuestros y los suyos. Sus mellizas de apenas 20 años lloran en la terraza.
Desde el fondo de la cama, rodeado de almohadones para evitar ulcerarse, Ángel con un hilo de voz nos dice: “Seguro que os han dicho que no sé nada. Pero claro que sé. Sé que me estoy muriendo y sólo quiero que sea sin sufrimiento. Sé que podéis hacerlo.”
Sois ángeles nos dicen, incluso nos lo escriben en preciosas cartas de agradecimiento. Que aún se agradecen más porque no has conseguido salvar a nadie sino ayudar a irse a alguien.
No me considero un ángel. Tras una cuarentena de casi 3 semanas sé que soy vulnerable, ya lo sabía, y sé que a veces la distancia que intento crear para poder trabajar mejor, se deshace y me caigo de bruces… a mis años!!
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