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LONDON RIVER
London
River describe el proceso de conocimiento que dos personas de lo más
opuestas hacen sobre sus hijos, en circunstancias que podrían ser
trágicas. Que la tragedia, la muerte violenta, la condición de víctima
casual son cosas que en el mundo actual pueden tocarle a cualquiera es
el subtexto de esa historia, en tanto los dos jóvenes desaparecidos
podrían estar entre las víctimas –o los perpetradores– de los atentados
suicidas que un grupo extremista islámico perpetró en Londres, el 7 de
julio de 2005.
Tras un par de llamadas sin respuesta a su hija Jane y al enterarse
por las noticias de lo que acaba de suceder, Elisabeth Sommers (Brenda
Blethyn) deja su granja en la pequeña islita en la que vive, se toma el
ferry y llega a Londres. Casi al mismo tiempo y respondiendo al pedido
de la madre, el septuagenario Ousmane (Sotigui Kouyaté) parte desde el
interior de Francia en busca de su hijo Alí, a quien no ve desde hace
quince años. Obviamente, las peregrinaciones de Elisabeth y Ousmane los
harán coincidir. Sobre todo, a partir del
momento en que Ousmane descubre a Alí y Jane, juntos en una foto.
El otro movimiento interesante es hacer de la mujer (viuda de un
marino muerto en Malvinas) una señora no precisamente abierta en materia
racial. Cuando conoce a Ousmane evita darle la mano, y cuando sale a
recibirla el tendero árabe a quien Jane alquilaba su departamento,
retrocede, en ambos como si corriera riesgo de contagio. “No sabés lo
que es esto, está lleno de árabes”, comenta horrorizada por teléfono a
un vecino de la isla. El realizador y coguionista Rachid Bouchareb
(nacido en Francia de familia argelina, de quien en Argentina se conoció
la premiada Días de gloria) tampoco se permite hacer de Elisabeth una
abanderada de la unión de los pueblos, por suerte también. Pero si hay
un hallazgo en London River, un imán inescapable, una línea de fuerza,
es Sotigui Kouyaté, nativo de Mali fallecido a comienzos de este año,
meses después del estreno de la película. Con una altura de casi dos
metros, de brazos largos como cayados y un cayado prolongándolos,
Kouyaté es de esa clase de actores que convierten a cualquier película
en un documental sobre ellos. Que London River le haya permitido ganar
varios premios (incluido un Oso en Berlín) es uno de los grandes actos
de justicia del cine reciente.
Conocida sobre todo por Secretos y mentiras, Brenda Blethyn es una
representación perfecta de la “mujer común”, a la que según como se la
mire puede considerarse ingenua o necia, simpática o irritante, sensible
o sensiblera. Si los guionistas no hubieran tenido la lucidez de
“ensuciar” toda posible identificación con ella, London River habría
corrido riesgo de ser, a su influjo, una película reaccionaria. No lo
es. Tampoco llega a ser una “película de hondo contenido humano”, ese
castigo del pietismo cinematográfico, gracias al tono seco y contenido
que, en líneas generales, tiende a imponer Bouchareb. Pero lo que London
River no es termina importando más que lo que llega a ser: en lugar de
profundizar una interrogación o malestar político que la hubieran vuelto
inquietante, su horizonte parecería ser tan tautológico como lo es el
duelo humano.
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