Al llegar a la plaza nos esperaba Zar, un precioso pastor
alemán ya entrado en años. Nos miró serio, se dejó acariciar dócil y echó a
andar cuesta abajo, en dirección a la casa, de vez en cuando se giraba para
vernos ir.
La casa de Paco es grande, construida por él a base de años
de esfuerzo. Tiene un jardín, una piscina y el altar de “los calvos”, como él llama a sus budas. Cuando cayó enfermo le
pidió a su hija que se fuera con él a casa, al pueblo, si no se buscaría una
residencia. Su hija, una mujer de vida trabajada, bregada en suficientes
batallas no todas victoriosas, sabía que en la residencia se moriría de pena,
así que allá que se fue con su padre. De eso hace ya casi dos años.
Zar siempre estuvo con él, desde que era un cachorro. Le
advertía de sus subidas y bajadas de azúcar, aunque nadie le había enseñado. Le
ayudaba a tirar de las ramas cuando podaba los árboles, le enseñaba el camino
de vuelta cuando se desorientaba en sus paseos por el campo. Se ponía enfermo,
se le caía el pelo cuando ingresaban a su amo y había que llevarlo a la puerta
del hospital para que se tranquilizara.
Nos costó controlar el dolor y manejar las ganas de vivir a
pesar de todo. En alguna ocasión habíamos hablado de los últimos días, de cómo
quería que fueran. De no sufrir, de abandonarse sin dolor. Que el dolor ya
había anegado bastante.
Hasta hace una semana Paco salía, hacía sus recados y atendía
más menos que más el negocio familiar. Un buen día, terminó de arreglar sus
asuntos con el banco, firmó y se tomó su último carajillo en el porche del
jardín con sus amigos. Creía que el momento estaba cerca y se sentía preparado.
Ya había hablado con su hija, a su hijo, con el que hacía tiempo que no se hablaba,
le dijo “Hasta siempre”, también
sentó a su nieta, conoció a la novia de su nieto y opinó. Consideró que cerraba
y todo lo dejaba en orden, lo que viniera después a él ya no le concernía.
En la sala hay gente, personas que vienen y se van y otras que
han llegado para quedarse, “Ahora, a
buenas horas…!!”, rumia su hija. “Todos
saben lo que hay que hacer, algunos lo quieren llevar al hospital, parece que
yo no haya hecho nada… o lo haya hecho mal. Y yo sé que él quería estar en
casa, en su silla, en su cama, con el sol de la tarde entrando a borbotones por
la ventana. Viviendo hasta el final, porque él decía sonriendo que había oído
que: Hay vida antes de la muerte”.
Paco ya está en la fase final de su enfermedad y Zar lo sabe,
por eso yace triste a los pies de su cama. Levanta una ceja, nos mira y vuelve
a entornar sus ojos. “Qué será de él?, Se
morirá conmigo?, pregunta al aire con un hilo de voz. Inquieto en la cama
sólo le tranquiliza acariciar la cabeza de su fiel amigo, nos cuenta su hija. “Ni gotas ni pastillas. Sólo Zar”.
2 comentarios:
Maravilloso! Y que ha sido de Zar?
Zar todavía vive, pero parece que se haya hecho mayor de golpe. Sigue deambulando triste por la casa, a veces se queda quieto mirando hacia una habitación vacía, husmeando el aire. Su hija dice que lo ve.
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