ReNaCeR DeSPuéS DeL CáNCeR
Tener un cáncer es una experiencia traumática que impacta en
la vida de cualquier persona. Puede ser una enfermedad más o menos dolorosa,
más o menos larga y además, puede acarrear muchos efectos colaterales. Hay
veces que ataca sin cuartel y nos lo hace pasar muy mal; también a nuestras
familias. Otras deja una tregua para tomar aliento, para sentirnos un poco
aliviados, para reflexionar. Muchos pacientes dicen que el cáncer les ha hecho
ser mejor persona. Que ha sido para bien. Que prefieren esta vida de ahora
(aunque sería mejor sin “cáncer”) a la de antes.
Yo creo que lo que el cáncer hace es devolverte a ti mismo, aceptarte
como eres en realidad, a despojarte de todas esas capas que has ido
sobreponiendo o a aceptar las vivencias que has ido reprimiendo, en un intento,
muchas veces inconsciente, de tener una mayor aceptación social.
El cáncer es como un frenazo brusco en nuestro camino, una
amenaza que nos paraliza durante un tiempo o para siempre. Nos sitúa en una
nueva senda que no hemos elegido. A todos nos da miedo, por supuesto que sí.
Nuestra vida acaba de tomar un rumbo que no controlamos y cuyo final
vislumbramos incierto y lleno de peligros. “No
puede estar ocurriéndome esto a mí”, es frecuente que digamos. Es como
vivir una pesadilla frente a la cual uno puede deprimirse o por el contrario, adoptar
una actitud desafiante.
De nada sirve. Y a la negación inicial sucede el enfado y más
tarde la negociación con nosotros mismos, intentando vislumbrar porqué me ha
pasado esto, no sin un cierto complejo de culpa. En ese momento nos prometemos
una vida más sana, cumplir a rajatabla los tratamientos, abandonar los malos
hábitos a los que aún permanecemos enganchados, hacer ejercicio, comer bien y
un largo etc., de buenas intenciones con las que seguro vamos a erradicar el
mal.
Un camino de beligerancia que, bien encauzado, puede
transformarnos en pacientes activos y esperanzados. Otros, afortunadamente cada
vez menos, se instalan cómodamente en su actitud de enfermos para dejarse
cuidar y permanecen de forma pasiva en esa actitud. Por duro que pueda
resultar, lo mejor es enfrentar la realidad tal como es. Cada cual tenemos que
hacer nuestro propio camino. El de la fortaleza y la resiliencia, pero también
el de la introspección.
Después de tener un cáncer, aprendemos a ver de nuevo, porque
el impacto ha sido tan fuerte que lo único importante es la constatación
inexorable de nuestra propia finitud. Dejamos de ser banales consumidores de la
vida para disfrutarla plenamente sin necesidad de acomodarnos a
convencionalismos o a tener que dar gusto a los demás. Nuestra agenda cambia
por completo. Después de tener un cáncer aprendemos a ver desde esa posición
relativa que ocupamos en el universo y que revela nuestra propia
insignificancia. Pero a partir de ahí nos convertirnos en lo que somos, uno
mismo, acompañados de un fortalecimiento espiritual hasta ahora desconocido.
Como ungidos por ese aceite de oliva, considerado en la antigüedad como símbolo
de luz, que crece en tierra árida y a pesar de ello, da su fruto.
Después de tener un cáncer, se abre una puerta de nuevo a la
vida y nuestros propios objetivos vitales cobran más interés que nunca. No, el
cáncer no se olvida. El cáncer y los tratamientos son una experiencia dura que
sirve para reflexionar, para conocerse a uno mismo más en profundidad. Nos
anticipa a un nuevo proyecto existencial, nos devuelve al protagonismo de
nuestra propia vida.
Autor: Dra. Ana Casas
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Actitud sobre todo
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