E. quería que la viéramos andar hoy. Quería que viéramos los progresos que ha hecho en estos días en que se ha encontrado mejor.
Se ha sentado en el borde de la cama y ha rodeado con sus brazos el cuello de su marido, que la sujetaba por la cintura. Se ha puesto de pie y han comenzado a caminar por el pasillo uno junto a otro, la cabeza apoyada en el hombro, pecho contra pecho, piel con piel, el pie de ella seguía al de él, y así, al ritmo de la melodía del silencioso baile (que parecía que los demás también escuchábamos), han llegado al comedor, hasta el sofá donde ella se ha sentado. Nos han contado que siempre les ha gustado bailar, y que han ganado premios en algún concurso de baile. Desde luego nos lo hemos imaginado, como si los estuvieramos viendo.
Mientras él hablaba de otras cosas con mi compañera, ella me contaba bajito, las dos sentadas en el sofá, que sabe “perfectamente” que se está muriendo. Que lo que más siente es dejar solos a sus hijos y a su marido, “¿qué van a hacer cuando yo no esté?”. Que cuando empieza a decirles algo acerca de esto, le dicen: “no hables de eso, mamá”, “no digas tontadas”....“Yo estoy tranquila,...incluso ahora me encuentro un poco mejor, pero..., por qué tengo que morirme tan pronto?”...."Pero, por qué?”. Intenta no llorar y casi lo consigue.
Posteriormente, ya en la despedida, hablamos con el resto de la familia, el marido y los hijos, y les contamos esta conversación, lo que ella siente,... aunque ellos ya lo saben. Con una pena inmensa, se hacen el firme propósito de escucharla y dejarla hablar. Si lo consiguen, nuestra próxima visita será más cercana y sincera e intentaremos que la comunicación sea el soporte que una y ayude a todos.
"Nunca nadie me dijo que el dolor se sentía
como se siente el miedo...
la misma tensión en el estómago,
el mismo deasosiego."
C.S. Lewis
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