“....Transcurridos los primeros días y superada esa angustia inicial que nos produce la incertidumbre de saber si el ictus va a permitir que la vida continúe, nos enfrentamos a las secuelas que ha dejado este terrible tsunami.
En los enfermos más graves, las extremidades de un lado del cuerpo están paralizadas, articular palabra es tarea imposible (con lo que la comunicación se vuelve muy complicada), su estado de ánimo está por los suelos...y si, además, le sumamos una edad avanzada, las dificultades para recuperarse se multiplican. El desconcierto se apodera de la parte sana del cerebro.
Mi mujer y yo convivimos con el ictus que sufrió mi madre en 1996. Desde que finaliza la hospitalización y el enfermo regresa a casa, los cuidadores nos tenemos que convertir de un día para otro en enfermeros, fisioterapeutas, psicólogos,....De repente entra en nuestras vidas la silla de ruedas, los ejercicios de rehabilitación, el seguimiento exhaustivo de la medicación, el temor a una posible recaída. El ictus necesita de tiempo y tu tiempo se convierte en su alimento, se lo absorbe a todo aquél que se halla cerca. Poco a poco, empiezas a renunciar a tu vida personal y a dejar de relacionarte con el entorno, los días de sufrimiento son muchos; también es verdad que cada pequeño logro en la recuperación del enfermo, se convierte en una enorme alegría.
En cualquier momento nos puede pasar que tengamos que abrirle las puertas de casa al ictus, para cuidar a un ser querido. Y una cosa les digo: no podrán soportarlo si el cariño no se convierte en la principal medicina con la que combatir las secuelas de esta enfermedad.”
Severino Meaños Meijide. Vigo
Extracto de una carta envíada al País Semanal (20-12-09)
1 comentario:
Esta semana pondré en la cartelera del despacho médico de nuestro hospital esta carta, digamos que de regalo de Navidad a nuestros compañeros......nos volvemos tan insensibles tantas veces!! Está muy bien que nos digan las cosas de frente y por su nombre. Gracias compañera.
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