Nos llamaste hace unos días, llorando. Te encontrabas muy mal...acababa de fallecer el motor de tu vida, tu amor, tu compañera del alma,...te sentías en una nube y, sin saber muy bien por qué, marcaste nuestro número de teléfono y al otro lado oímos tu voz quebrada.
Solemos hacer la visita de duelo pasadas unas semanas tras el fallecimiento, pero por tus circunstancias personales, creímos que nos necesitabas ya, que podíamos serte útiles ahora, y puede que también más adelante.
Tienes 90 años, camino de los 91. Has vivido con tu mujer toda la vida, ya que empezasteis a festejar muy jóvenes. Te atrajo nada más verla, nos dijiste un día. Y a partir de entonces, han sido contados los días en que habéis estado separados el uno del otro. Tuvisteis varios hijos. Todos han seguido su camino y han vivido apartados de vosotros, en muchos sentidos y por diferentes motivos. La mayor falleció hace diez años y allí empezó la enfermedad de tu mujer. Unos años más tarde otra de las hijas murió en un accidente de tráfico, pero tu mujer nunca se enteró, se lo escondías cada vez que colgabas el teléfono ocultando las lágrimas bajo el manto del amor, diciéndole que estaba ingresada y tenía restringidas las llamadas, para que ella no intentara hacerlo.
La enfermedad de ella fue evolucionando y aparecieron otras nuevas que iban agravando la anterior. Nunca te separaste de su lado, nunca. Buscaste cuidadoras que pudieran estar con ella cuando tú tenías que salir a hacer gestiones, las ayudas sociales, la ley de dependencia, todas las ayudas posibles, gestiones en los bancos para arañar un poco de aquí y otro poco de allá, citas médicas múltiples y de lo más variadas, incluso querías escribir a la tele porque un día oíste que existía tal remedio para no sé qué en no sé dónde,...en fin, todo, todo lo que se podía hacer, y aún más, lo hiciste tú. Siempre solo. Tu cabeza no descansaba en buscar soluciones a todos los obstáculos que os ibais encontrando en estos largos y duros años. Eras feliz si la veías sonreír mientras pronunciaba tu nombre sin descanso, como el último retazo de memoria que le uniera a la vida,...tu nombre.
Hace unos días falleció en el hospital y no puedes olvidar las últimas palabras que dijo cuando te despediste de ella por la noche, pensando volver temprano al día siguiente: “No te vayas, quédate conmigo. No te vayas...”. Después, el recuerdo de su cara blanca, cérea, que te miraba, nos dices, con los ojos cerrados, con una media sonrisa y con mucha paz. “Esa cara tan bonita, era ella. Quise y aún quiero morirme con ella. Quiero verla, escucharla, hablarle, besarla....Ójala algún día podamos vernos, no sé dónde... Cariño, qué hago?, cómo voy a seguir viviendo?, qué va a pasar ahora?...”
Nos hemos sentado a tu lado en el sofá mientras nos apretabas las manos, no podías dejar de llorar mientras hablabas despacio de todo, de todo y de ella, porque ella era el centro de todo. No habías estado en el cementerio desde que la enterraste y le diste el penúltimo adiós. Querías ir pero no habían podido llevarte hasta ahora...y qué decir...pues nos hemos ido los tres al cementerio (esto no está contemplado en ningún protocolo de duelo, que yo sepa...como tantas otras cosas que surgen cotidianamente. Si las cosas no se hicieran en los despachos, sino a pie de calle...serían muy, pero que muy diferentes). Una vez en el cementerio, como era previsible, no te acordabas de dónde estaba enterrada. Luego te ha venido a la memoria el número del nicho...y al fin la hemos encontrado.
Nunca olvidaremos la imagen...tú de pie apoyando las manos en el bastón, estirando el cuello para llegar a ver el nombre de ella, hablándole cariñosamente, diciéndole cosas preciosas mientras las lágrimas corrían sin cesar por tu cara. Es imposible recordar todas las frases bonitas y tiernas, desde muy adentro, que le has dicho.
Te has quedado más tranquilo y nos hemos ido, cogidos del brazo sonriendo, mientras contabas la lista de nombres de amigos que iban surgiendo de todos lados, en los nichos y en la tierra.
Solemos hacer la visita de duelo pasadas unas semanas tras el fallecimiento, pero por tus circunstancias personales, creímos que nos necesitabas ya, que podíamos serte útiles ahora, y puede que también más adelante.
Tienes 90 años, camino de los 91. Has vivido con tu mujer toda la vida, ya que empezasteis a festejar muy jóvenes. Te atrajo nada más verla, nos dijiste un día. Y a partir de entonces, han sido contados los días en que habéis estado separados el uno del otro. Tuvisteis varios hijos. Todos han seguido su camino y han vivido apartados de vosotros, en muchos sentidos y por diferentes motivos. La mayor falleció hace diez años y allí empezó la enfermedad de tu mujer. Unos años más tarde otra de las hijas murió en un accidente de tráfico, pero tu mujer nunca se enteró, se lo escondías cada vez que colgabas el teléfono ocultando las lágrimas bajo el manto del amor, diciéndole que estaba ingresada y tenía restringidas las llamadas, para que ella no intentara hacerlo.
La enfermedad de ella fue evolucionando y aparecieron otras nuevas que iban agravando la anterior. Nunca te separaste de su lado, nunca. Buscaste cuidadoras que pudieran estar con ella cuando tú tenías que salir a hacer gestiones, las ayudas sociales, la ley de dependencia, todas las ayudas posibles, gestiones en los bancos para arañar un poco de aquí y otro poco de allá, citas médicas múltiples y de lo más variadas, incluso querías escribir a la tele porque un día oíste que existía tal remedio para no sé qué en no sé dónde,...en fin, todo, todo lo que se podía hacer, y aún más, lo hiciste tú. Siempre solo. Tu cabeza no descansaba en buscar soluciones a todos los obstáculos que os ibais encontrando en estos largos y duros años. Eras feliz si la veías sonreír mientras pronunciaba tu nombre sin descanso, como el último retazo de memoria que le uniera a la vida,...tu nombre.
Hace unos días falleció en el hospital y no puedes olvidar las últimas palabras que dijo cuando te despediste de ella por la noche, pensando volver temprano al día siguiente: “No te vayas, quédate conmigo. No te vayas...”. Después, el recuerdo de su cara blanca, cérea, que te miraba, nos dices, con los ojos cerrados, con una media sonrisa y con mucha paz. “Esa cara tan bonita, era ella. Quise y aún quiero morirme con ella. Quiero verla, escucharla, hablarle, besarla....Ójala algún día podamos vernos, no sé dónde... Cariño, qué hago?, cómo voy a seguir viviendo?, qué va a pasar ahora?...”
Nos hemos sentado a tu lado en el sofá mientras nos apretabas las manos, no podías dejar de llorar mientras hablabas despacio de todo, de todo y de ella, porque ella era el centro de todo. No habías estado en el cementerio desde que la enterraste y le diste el penúltimo adiós. Querías ir pero no habían podido llevarte hasta ahora...y qué decir...pues nos hemos ido los tres al cementerio (esto no está contemplado en ningún protocolo de duelo, que yo sepa...como tantas otras cosas que surgen cotidianamente. Si las cosas no se hicieran en los despachos, sino a pie de calle...serían muy, pero que muy diferentes). Una vez en el cementerio, como era previsible, no te acordabas de dónde estaba enterrada. Luego te ha venido a la memoria el número del nicho...y al fin la hemos encontrado.
Nunca olvidaremos la imagen...tú de pie apoyando las manos en el bastón, estirando el cuello para llegar a ver el nombre de ella, hablándole cariñosamente, diciéndole cosas preciosas mientras las lágrimas corrían sin cesar por tu cara. Es imposible recordar todas las frases bonitas y tiernas, desde muy adentro, que le has dicho.
Te has quedado más tranquilo y nos hemos ido, cogidos del brazo sonriendo, mientras contabas la lista de nombres de amigos que iban surgiendo de todos lados, en los nichos y en la tierra.
4 comentarios:
Preciosa historia, que me hace saltar las lágrimas mientras la leo. Esto es para mi la profesión de médico y enfermería, una profesión humanitaria. Donde uno pone en practica todos los conocimientos de sanación y cura de las enfermedades y los dolores del cuerpo que a aprendido, unido a sus deseos altruistas de ayuda a la humanidad.
Por eso no entiendo la una, si no va unida a la otra; no concibo un médico o enfermero sin carrera universitaria, pero tampoco sin unos fuertes conceptos humanitarios y altruistas.
Preciosa labor la vuestra que envidio no poder compartir.
Un abrazo.
Gracias anjali por tu paseo y por tu comentario.
Es cierto, esta es una profesión, o mejor dicho, una forma de hacer las cosas dentro de la profesión, de la que no puedes desvincularte mientras sigues viviendo. Y menos cuando vives situaciones al límite. Siempre decimos que los pacientes nos enseñan muchas, pero que muchas cosas,... nos enseñan a vivir.
Besotes
¡Es sencillamente extraordinaria, vuestra forma de hacer las cosas! Efectivamente, el acompañamiento al cementerio no viene en ninguna guía clínica de duelo, pero cuando se deja hablar al corazón, y en el duelo hay que hacerlo a menudo, las cosas surgen y se hacen como bién dices. ¡Me encanta saber que existen personas como vosotras, capaces de acompañar a las personas que se sienten como este anciano sin el amor de su vida, y de hacer escucha compasiva .....y lo que haga falta. Muuuuchos besos.
Como bien dices Antonio, "y lo que haga falta".
Gracias por sentir y compartir.
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