Esta mañana una cuidadora se nos quejaba de que no podía más....
Hasta dónde puede uno llegar? Alguien lo sabe?
Hasta allí y mucho más aún.
D. está cuidando día y noche a un matrimonio de personas mayores. Ella padece una demencia tipo Alzheimer desde hace varios años que la lleva a deambular por el pasillo para abrir la puerta al cartero, a entrar en la cocina y, al tiempo que enciende el microondas, pensar que le prepara un zumo; sin rumbo fijo y sin terminar lo que inicia, no deja de estar pendiente de él hasta el más mínimo detalle, como siempre lo ha hecho. Repite las mismas frases una y otra vez y, por el rabillo del ojo, no deja de mirar a la cuidadora por la que siente unos terribles celos.
Cada pareja, lo sabemos, tiene sus códigos de conducta, sus dinámicas aprendidas con los años, sus acoples, sus puntos de encaje, sus pasos adelante y atrás, sus momentos de quietud, sus crisis, sus idas y venidas, sus....
Él ha sido un hombre de negocios que ha manejado dinero y relaciones sociales, y que durante los últimos años, al iniciar su mujer sus coqueteos con la enfermedad que te va difuminando poco a poco, se ha dedicado a cuidarla, a no dejarla sola, a cocinar, a limpiar, a acompañarla a todas partes, a estar... y ahora que la enfermedad de Parkinson le tiene sujeto a una silla de ruedas y al brazo de su cuidadora, al que se aferra mientras sonríe, se da cuenta, nos dice, de lo importante que ha sido ella en su vida, de lo satisfecho que está de lo que han vivido, de que “claro que a veces pierdo la paciencia, pero al momento me arrepiento porque sé que qué más querría ella que hacer lo que no hace y no ser la que es. Si pudiera recuperarla, traerla de vuelta de la isla de los olvidados en la que se va perdiendo sin remedio....”.
Pareciera que enfrentarse a determinadas situaciones le hacen a uno poeta.
Recomendamos a D., la cuidadora, que descanse, que salga a tomar el aire de vez en cuando, que se gratifique, que se mime, que busque compensaciones fuera, y que se dé cuenta de que, ahora, las normas no deben ser demasiado estrictas y que hay que adaptarse en gran medida a ellos y no al revés, que debe asumir ciertos riesgos y que los hijos deben aceptarlos también, que no sea susceptible y no se tome en serio ciertas actitudes que, aunque le cueste creerlo, no surgen ofensivas, que se ría siempre que pueda y que, de verdad, aunque sabemos que no es fácil hacer lo que hace, es bueno cambiar la actitud y sacar lo gratificante, lo positivo,... que lo intente... y si no puede, que lo deje. No será menos que nadie por eso. Que haga lo que mejor le siente a ella.
Hasta dónde puede uno llegar? Alguien lo sabe?
Hasta allí y mucho más aún.
D. está cuidando día y noche a un matrimonio de personas mayores. Ella padece una demencia tipo Alzheimer desde hace varios años que la lleva a deambular por el pasillo para abrir la puerta al cartero, a entrar en la cocina y, al tiempo que enciende el microondas, pensar que le prepara un zumo; sin rumbo fijo y sin terminar lo que inicia, no deja de estar pendiente de él hasta el más mínimo detalle, como siempre lo ha hecho. Repite las mismas frases una y otra vez y, por el rabillo del ojo, no deja de mirar a la cuidadora por la que siente unos terribles celos.
Cada pareja, lo sabemos, tiene sus códigos de conducta, sus dinámicas aprendidas con los años, sus acoples, sus puntos de encaje, sus pasos adelante y atrás, sus momentos de quietud, sus crisis, sus idas y venidas, sus....
Él ha sido un hombre de negocios que ha manejado dinero y relaciones sociales, y que durante los últimos años, al iniciar su mujer sus coqueteos con la enfermedad que te va difuminando poco a poco, se ha dedicado a cuidarla, a no dejarla sola, a cocinar, a limpiar, a acompañarla a todas partes, a estar... y ahora que la enfermedad de Parkinson le tiene sujeto a una silla de ruedas y al brazo de su cuidadora, al que se aferra mientras sonríe, se da cuenta, nos dice, de lo importante que ha sido ella en su vida, de lo satisfecho que está de lo que han vivido, de que “claro que a veces pierdo la paciencia, pero al momento me arrepiento porque sé que qué más querría ella que hacer lo que no hace y no ser la que es. Si pudiera recuperarla, traerla de vuelta de la isla de los olvidados en la que se va perdiendo sin remedio....”.
Pareciera que enfrentarse a determinadas situaciones le hacen a uno poeta.
Recomendamos a D., la cuidadora, que descanse, que salga a tomar el aire de vez en cuando, que se gratifique, que se mime, que busque compensaciones fuera, y que se dé cuenta de que, ahora, las normas no deben ser demasiado estrictas y que hay que adaptarse en gran medida a ellos y no al revés, que debe asumir ciertos riesgos y que los hijos deben aceptarlos también, que no sea susceptible y no se tome en serio ciertas actitudes que, aunque le cueste creerlo, no surgen ofensivas, que se ría siempre que pueda y que, de verdad, aunque sabemos que no es fácil hacer lo que hace, es bueno cambiar la actitud y sacar lo gratificante, lo positivo,... que lo intente... y si no puede, que lo deje. No será menos que nadie por eso. Que haga lo que mejor le siente a ella.
1 comentario:
¡Eso es cuidar del cuidador! El cuidador es la tercera víctima de estas enfermedades (después ó a la vez que el paciente y la familia). Si les damos claves para cuidarse , harán su labor de forma admirable, tan admirable como vosotras. Besos mil.
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