Hace unos días visitamos a un paciente un poco especial... no por su historia de enfermedad oncológica, sino por su idiosincrasia personal... era sordomudo.
Por supuesto la limitación en la comunicación fue la clave de la visita, teníamos que hacernos entender y entenderle a él de alguna manera. La suerte que tuvimos fue que era muy, muy expresivo, tanto como un mimo, era un mimo. La vida le había obligado a desarrollar otras cualidades de las cuales los demás carecemos. Fue espectacular. Nunca imaginé las capacidades que tenemos guardadas en el fondo del estante y que sacamos a relucir sólo cuando las necesitamos.
Nos hizo entender a la perfección que tenía dolor, dónde y cómo era ese dolor, cuánto de intenso era, cuando aparecía y qué lo mejoraba. Y le hicimos entender qué queríamos que hiciera, qué le aconsejábamos tomar, cuánto, cuándo y cómo, así como el alcance de su enfermedad (sabía el diagnóstico pero no la progresión), que su dolor se debía al avance y extensión de su cáncer de próstata, que íbamos a intentar controlar sus síntomas y que estaríamos en contacto para ver la evolución y si el dolor disminuía, y que si no, probaríamos otras opciones. Entendimos cómo se sentía en general, nos hizo reír,...
Y lo más curioso... en la residencia lo tenían a base de arroz y dieta porque creían que tenía diarreas (era independiente e iba solo al baño), y nosotras también lo creímos por sus gestos y ruidos,... hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de interpretar la última mueca (esa a la que ya no prestas atención porque crees que ya has comprendido el concepto, ese que se adapta a la idea preconcebida que tienes en la mente), una cara final de esfuerzo, con los ojos cerrados y los dientes apretados, y que nos dio la clave de que... iba estreñido.
S. nos enseñó, aparte del arte de saber vivir con las “limitaciones” que te impone la vida, la cantidad de recursos de que disponemos y que no utilizamos y, además, que nunca hay que pre-juzgar, pre-interpretar, pre-concebir, pre-ocuparse (bueno, pero poco), pre- vivir.
Y lo más curioso... en la residencia lo tenían a base de arroz y dieta porque creían que tenía diarreas (era independiente e iba solo al baño), y nosotras también lo creímos por sus gestos y ruidos,... hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de interpretar la última mueca (esa a la que ya no prestas atención porque crees que ya has comprendido el concepto, ese que se adapta a la idea preconcebida que tienes en la mente), una cara final de esfuerzo, con los ojos cerrados y los dientes apretados, y que nos dio la clave de que... iba estreñido.
S. nos enseñó, aparte del arte de saber vivir con las “limitaciones” que te impone la vida, la cantidad de recursos de que disponemos y que no utilizamos y, además, que nunca hay que pre-juzgar, pre-interpretar, pre-concebir, pre-ocuparse (bueno, pero poco), pre- vivir.
La vida es una sucesión de momentos que merecen ser vividos de uno en uno.
3 comentarios:
Nunca el silencio dijo tanto, no??.
Me ha encantado compañera.
Besos.
VIVIR de poquito en poquito, para disfrutar sin ahogarte.
Que ser maravilloso, y que maravillosas ustedes que lograron esa comunicacion.
Besos
El silencio suele hablar por los codos, verdad hermosa C.S.??
Lo que hablamos... los momentos están para vivirlos tal como se suceden, de uno a uno, estrujarlos y sacarles toooodo el jugo, tú sabes mucho de este tema, verdad querida Cassiopeia??
Besicos a las dos.
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