Pocas veces he oído hablar tan clara y serenamente de la muerte. Fue en un domicilio donde estuvimos la semana pasada.
Hablaban madre e hija en un tono bajito, casi al oído, mirándose a los ojos, las manos cogidas, las lágrimas generosas por las mejillas y los labios, el ambiente en calma, conmovido. Era como si el tiempo se hubiera detenido, el color anaranjado de la estancia, las motas de polvo suspendidas en el haz de luz que entraba por la ventana, la cocina sin recoger, las brasas chisporroteando en la chimenea, silenciosas tras el cristal, los libros quietos en la estantería, nosotras sin apenas respirar, para ocupar menos espacio,... todo dispuesto y atento, ya que en ese preciso instante la muerte se estaba presentando, estaba llegando paso a paso a ese pequeño espacio tan lleno de vida todavía.
Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos.
Todo lo que amamos profundamente
Hablaban madre e hija en un tono bajito, casi al oído, mirándose a los ojos, las manos cogidas, las lágrimas generosas por las mejillas y los labios, el ambiente en calma, conmovido. Era como si el tiempo se hubiera detenido, el color anaranjado de la estancia, las motas de polvo suspendidas en el haz de luz que entraba por la ventana, la cocina sin recoger, las brasas chisporroteando en la chimenea, silenciosas tras el cristal, los libros quietos en la estantería, nosotras sin apenas respirar, para ocupar menos espacio,... todo dispuesto y atento, ya que en ese preciso instante la muerte se estaba presentando, estaba llegando paso a paso a ese pequeño espacio tan lleno de vida todavía.
Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos.
Todo lo que amamos profundamente
se convierte en parte de nosotros mismos.
H. Keller
1 comentario:
una descripción preciosa
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