Ana, de 84 años, es la cuidadora principal de su hermano, diagnosticado de una enfermedad oncológica en fase terminal, y de su esposo, que padece una demencia en fase avanzada. Viven los tres juntos y solos, demasiado solos, en una vieja casa de un pueblo casi vacío. No tienen hijos ni sobrinos. Una prima lejana les animó a mudarse a la ciudad donde ella vive, pero ni por un momento esa idea cuajó.
La estufa de leña calienta una sencilla estancia sin apenas muebles, tres sillas, una mesa y un desvencijado armario donde asoman platos de porcelana desportillados y algunos vasos de colores. Hay dos fotos antiguas en la pared, de esas retocadas en blanco y negro. Los padres y una niña que nos mira con timidez, la única hija.
Nos cuenta una dura vida dedicada al cuidado de su familia desde los diez años, tras el fusilamiento de su padre, médico de pueblo, junto con el alcalde y el secretario. Al cabo de unos meses su madre murió de unas fiebres después de nacer su hermano pequeño. Y Ana, la única mujer de la familia, tiró del carro y haciendo de todo un poco y un mucho con casi nada, sacó adelante a sus tres hermanos.
Esta historia, no por grandiosa es poco habitual, ni mucho menos. Gente que ha sobrevivido a una guerra y sus consecuencias, gente de una pieza, valiente, que no se arredra ante nada, que se pone el mundo por montera y hace las cosas bien, gente que ha vivido su vida como le han dejado y no como han querido vivirla, de cuyos labios fruncidos y quedos no asoma nunca una queja, cuya mirada escudriña de frente y te reconoce, gente que ha dejado sus sueños por el camino y, probablemente, algún amor en la cuneta.
1 comentario:
Preciosa entrada. No fue la vida que deseó pero fue la que eligió. Eso es AMOR.
¡Admirable mujer! :)
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