Hace unas semanas falleció Rafael Martínez-Simancas, a los 53 años.
Rafael era periodista y seguro que más de uno leía sus crónicas en diferentes periódicos o bien lo seguía por su trabajo en la radio. A los 50 años le diagnosticaron una leucemia y apenas tres meses después del diagnóstico comenzó a escribir sobre sus vivencias, experiencias y personajes –a quienes él prefirió llamar “ángeles” en forma de enfermeros, celadores, médicos y compañeros de habitación- que entraban y salían de su vida durante el proceso de tratamiento de la enfermedad.
“Al sótano octavo bajas tú solo, hay mucho cemento, es como bajar a los infiernos; un lugar de soledad, abandono y llanto. Y una vez que estás allí, lo único que puedes hacer es remontar”.
Quiénes han leído el libro dicen que:
Hay que leérselo del tirón, con el corazón encogido, acompañándole por sus miedos y sus preguntas, por sus tardes de pruebas y sus PET, vuelta y vuelta, sus recaídas, sus esfuerzos, sus ingresos, sus paseos por el patio y por los pasillos del hospital, por el cansancio inmenso, el tiempo deteniéndose, por la lucha y el esfuerzo. Para aprender. Y ser capaces de entender lo que es bajar a ese sótano, donde nos encontramos con nosotros mismos, con los miedos más profundos. Con el dolor. Y silenciar hasta el paso de las hojas para dejarle llorar.
Porque sin tragedias, sin sentimentalismos, sin excesos, Rafael Martínez-Simancas va llevando, desde su diagnóstico hasta su autotransplante de médula por todo el proceso sin privarnos de nada, contándonos como un cronista, como espectador del dolor, y como protagonista lo que fue su lucha contra el cáncer.
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