No hagamos ruido, guardemos
silencio, permitamos a estos dos amigos, compañeros de camino, despedirse como
merecen. El perro, casi ya de mayor tamaño que su amo, se apoya con cuidado en
el pecho, temiendo que su peso lo hunda y le moleste. Permanece tumbado con los
ojos cerrados. Escuchando los latidos de un corazón que lo ha querido durante
largos años. El amo se encuentra tan consumido y debilitado por la enfermedad,
que las fuerzas no le alcanzan más allá de cerrar los brazos sobre su perro, en
un último gesto de despedida. Un último abrazo que alcance a trasmitir lo que
las palabras no pueden narrar ya. Un adiós compartido que logre aliviar el
dolor de la marcha definitiva.
Quizás el hombre, a lo largo del
tiempo infinito que duró su ingreso hospitalario, alargó su mano, dormido, buscando en la cama a tientas el hocico húmedo y la oreja peluda, porque así acostumbraba a
hacerlo siempre,… los dos juntos, siempre, día y noche. Y sin embargo, durante
ese largo tiempo en el hospital, su perro no estaba. La enfermedad trajo el
dolor físico, pero también la soledad de la separación por un tiempo
indefinido.
“Ya no recorreremos juntos calles y plazas, dejando humedades con tu
marca en aquella farola, tu preferida. Siempre trotando rápido, en busca de
pistas olorosas o pelotas de goma verde, esa que tanto amabas ver lanzarse
desde mi mano. Ya no caminaremos juntos a la búsqueda de nuevos senderos.
Dejaremos de ser “nosotros” y nos convertiremos sólo en ti. Qué pena no haber
comprado el mismo billete de ida y vuelta... Lo único que lamento, amigo mío,
en los bordes de esta frontera en la que habito ahora, es no volver a compartir
el café de la mañana, sentir la alegría al ver asomar tu morro a través de la
rendija de la ventanilla abierta del coche, aspirando nuevos olores y
aventuras... Quizás al dormirte logres soñarme, agitando las patas en mi
búsqueda. Y ojalá, allá, donde sea, nos encontremos. Ya no hará falta collar ni
correa. Nos asiremos por medio de
abrazos. Como este último, mi amigo. Hasta pronto, siempre, nunca…hasta
ahora mismo. Sin ti el mundo no hubiera sido lo mismo.”
La gran diferencia entre esta
imagen y la de otras personas que no lograrán este reencuentro, es que los
profesionales sanitarios que atendieron a este paciente lo permitieron e
incluso trabajaron con empeño para hacerlo posible.
Si es cierto que queremos
estructurar nuestros cuidados enfermeros en torno a una dimensión más humana,
deberemos entonces tener como punto de referencia la experimentación de un
sentimiento: la compasión. El término compasión procede del griego “sympathia”, que significa literalmente “sufrir juntos”. La compasión o
capacidad de empatía, nos permite
detectar lo que hace sufrir a las personas que cuidamos y, de esta
forma, poder aliviar su dolor y ayudar a resolver sus problemas.
Este cuidado compasivo, ha
orientado a diversos hospitales (gran parte de ellos en Estados Unidos) a
permitir el acceso de mascotas personales al lugar donde permanecen sus dueños
ingresados. De forma especial, en los casos en los que el paciente se encuentre
ingresado en una Unidad de Cuidados Paliativos.
Los programas de acceso tolerante
al hospital de mascotas, siguen en general, ciertas normas. La visita tiene que
ser aprobada por el personal médico-sanitario que atiende a esa persona. Por
otra parte, la familia aportará un certificado veterinario que verifique el
óptimo nivel de salud y el cumplimiento del calendario de vacunas del animal. La
mascota recorrerá los pasillos y plantas metido en un trasportín reglamentario
para animales, hasta llegar a la habitación de su dueño. Los hospitales que se
han sumado a esta iniciativa han visto los beneficios de estos encuentros y la
nula repercusión infecciosa en la persona enferma.
Seamos capaces de ser cuidadores
desde la compasión.
Abramos puertas a otras posibilidades.
Cambiar las formas
de cuidado es difícil, pero la diferencia puede suponer un crecimiento
indescriptible.
Y no debemos temer, porque como
dijo Eduardo Galeano:
“De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven
nuestras certezas…”
Por Ana María Medina Reina
(19 abril, 2015)
Artículo completo en
Nightgale&Co.
2 comentarios:
Hoy nos dejas un escrito que me ha tocado muy dentro, estoy emocionada y tengo un nudo en la garganta, a veces me gustaría ser llorona...
Sólo quien tiene un compañero peludo podrá entender lo que significa su cercanía.
Un abrazo cálido amiga
Sin duda es emocionante, cala hondo... Espero que mucha gente comprenda lo que significa el amor incondicional de un peludo. Ah! y prueba a llorar si eso te sienta bien.
Otro gran abrazo para ti, querida Alondra.
Publicar un comentario