Hace unos días vivimos una situación que, aunque ha pasado alguna
otra vez, es bastante excepcional en nuestro quehacer diario.
La familia quería que su madre, nuestra paciente, no
falleciera en casa. Así nos lo transmitieron en la primera visita. Los hijos desbordados por lo que estaban viviendo, nos contaron
que su padre de 62 años fue diagnosticado de un cáncer de páncreas un año antes.
Seis meses más tarde la madre sufrió una recidiva de su neo de mama, con mtx
óseas y cerebelosas.
Hace tres meses su padre falleció en casa un fin de semana y no contaban con medicación suficiente.
Los servicios de urgencias que acudieron al domicilio, según contaban ellos, le
aliviaron, pero se quedaron con la sensación de que había muerto con dolor.
Hace unos años, un hermano falleció en una sala de
observación de urgencias de un hospital mientras esperaba la ambulancia que lo
llevaría a fallecer a su casa.
Las experiencias vividas fueron tan dramáticas para la
familia que los hijos habían decidido, junto a su madre cuando ella podía
decidir, que cuando “empezara a morir” la trasladarían
a su hospital de referencia. Ni ella ni ellos querían que ocurriera en casa.
A pesar de que les explicamos que podían contar con nosotras
hasta el final, que nuestra intención era controlar y prever cualquier incidencia
que pudiera ocurrir, que íbamos a estar allí cuando nos necesitaran,… no
logramos convencerles. Así que respetamos su decisión. Todo un reto.
Después de varias visitas, nos llamaron una mañana porque la
veían “diferente y mal”. Cuando un
cuidador que pasa veinticuatro horas al día con un enfermo, te dice que le ve
diferente y mal, es que está diferente y mal.
Cambiamos el plan de visitas de aquella mañana y fuimos a
verla. Efectivamente estaba en situación de agonía. Con mucha calma les hicimos
ver que la situación era dura y difícil pero también que ella estaba tranquila y con síntomas controlados. Se mantuvieron
firmes en su decisión e iniciamos los trámites para el ingreso.
Hablamos con su
oncólogo (ya lo habíamos hecho anteriormente para comentarle lo decidido y
estaba de acuerdo), nos aseguramos de que hubiera cama en el hospital, no queríamos
que falleciera en un box de urgencias, tramitamos la ambulancia de acuerdo con
su médico de familia, y esperamos a que estuviera dentro para irnos. No queríamos
que estuvieran solos si el fallecimiento ocurría durante la espera. Todo lo
contado no nos demoró más de una hora.
B. falleció a las 8 de la tarde de aquel día, en su cama del
hospital.
No es lo habitual,... pero la
decisión de la familia y el paciente, si puede tomar decisiones, es prioritaria
y debemos respetarla.
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