“No
quiero que… se muera! Desde enero sé que se va a morir, pero yo no quiero que
se muera.”
Entramos
en una vieja casa de un pueblo perdido en el pre pirineo. Nos recibe la hermana
del paciente, tranquila, cree en Dios y está segura de que aquí sólo estamos de
paso y su hermano por fin va a volver a casa, nos dice mientras señala al
cielo. Su madre, detrás de ella, aún no se lo cree por lo que apenas habla de
su hijo, nos cuenta de donde es, sus años de casada en Zamora, a qué se
dedicaba y cómo era la calle donde vivían, cómo volvieron al pueblo cuando su
esposo se jubiló,… ríe recordando algunas anécdotas, nos enseña un carnet de la
sección femenina,…
Nos
conducen al jardín y desde allí a la casa contigua donde vive nuestro paciente
con su esposa. Una casa nueva, grande y llena de ventanas. Una vez dentro
conocemos a P. la esposa del paciente desde hace 7 meses, 7 meses y tres años
llenos de felicidad, según nos cuenta. Espacios amplios en los que entra la luz
tamizada por cortinas para que el ambiente no sea tan claro, ya que la claridad
molesta a M., su esposo.
Hace
diez meses le diagnosticaron una enfermedad oncológica y actualmente se
encuentra en fase terminal. “Desde el principio he tenido la esperanza de se
iba a curar, y aún la tengo aunque sé que se muere… Pero no se va a morir, porque
yo no quiero que se muera. Ya sé lo que me quieres decir, pero no sigas, no
quiero oírte”, me dice.
M.
está desorientado y muy inquieto. Tiene dolor y tiene miedo, incluso llega a
verbalizarlo. Constatamos un gran sufrimiento emocional. Ya es muy difícil para
él tomar la medicación por vía oral, así que proponemos colocarle un infusor
subcutáneo. Al principio ella no quiere, prefiere que no tome el tratamiento a
que hagamos ninguna actuación sobre él que le haga caer en la cuenta de que sí,
de que estamos ya en el principio del final. Hablando mucho con ella llegamos
al acuerdo de que es un riesgo para él no tomar la medicación para el dolor que
lleva pautada, ya que le haríamos sufrir lo indecible. La ayudamos a cambiarle
las sábanas de la cama y el pañal. Se queja y ella nos dice que nos vayamos,
que no le hagamos sufrir más.
“Me
alegro de que seáis vosotras las que le hagáis sufrir, así yo me quedo más
tranquila”. “Aunque yo os haya llamado, estoy deseando que os vayáis y que
dejéis de hacerle sufrir, que nos dejéis tranquilos de una vez!”
Cuando
se tranquiliza un poco, dejamos que hable, que llore, y llora mucho,
escuchamos, todo lo vivido, todos los proyectos derrumbados, todos los por qués
sin respuesta,… "y me pregunto, mejor haberlo tenido estos años que no haberlo
tenido nunca?, no sé,… no creo". Intentamos reforzar todo lo que está haciendo,
lo hecho, lo que está por venir. No me hago una idea del tiempo que hemos
pasado en su casa, la vida se ha detenido y la entrega ha sido absoluta, como
casi siempre.
Presiento
que está viviendo un duelo anticipado muy doloroso y que el duelo que seguirá a
la pérdida lo va a ser aún más.
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